jueves, 4 de marzo de 2010

Toreriles

En estos tiempos es cada vez más difícil ser coherente. Considero que es ilógico decir que esto o aquello no está bien, ignorando las propias poses. Y con esto batallo.
Suena bien renegar del progreso, por ejemplo, declararse ecologista, denunciar los descuidos que le damos al planeta, pero seguir usando transportes que tragan petroleo, aspirar a un desarrollo sostenible dentro de este sistema, seguir comprando en las plastificadas grandes superficies o acceder a una suculenta tecnología que precisa infinitas fuentes de producción, mantenimiento y renovación; todo esto nos retira cualquier elogioso argumento.
Estas serían unas pocas crestas de las miles que en nuestro océano occidental extenso y profundo encontraríamos, si aplicáramos esta compleja lógica de la coherencia.
Uno de mis propensiones es intentar ser práctico y efectivo, buscar siempre el mejor modo de hacer resolutivamente las cosas, de aprovechar la "energía" que muevo, lo que soy, lo que tengo, para estar siempre en la vida. Mi actitud, a veces tajante, me lleva a criticar las cosas hechas "a la me cagüen", el azulejo mal puesto, la ropa mal cosida, el objeto mal diseñado, las bajantes que no tragan, la desplanificación planificada, la falta de profesionalidad y compromiso, máxime cuando en todo se ha puesto empeño, recursos y tiempo en ello.
Ahora se discute parlamentariamente, en la por otro lado siempre avanzada y progresista Cataluña, la prohibición de los toros. Más allá de las posibles tendencias erradicadoras de todo lo que les pueda sonar a españolismo (que no dejará de ser un negación de lo que ellos mismos son), creo que está bien poner fin a una tradición que para demostrar "arte" ha de escenificar la muerte, a las cinco de la tarde, con un argumento que ya todos conocemos. Considero necesario pararnos a pensar en el mantenimiento de prácticas culturales que acarrean barbarie, por muy suculentas que sean las sumas de dinero que manejen.
Pero considero al tiempo que para aspirar a la coherencia que aludo, planteando una prohibición, creo que nos hace entrar en terreno peligroso, allanando una frontera que tendría que suponer sonadas y exigentes contraprestaciones para gentes ajenas al mundo taurino. Si sólo nos quedamos con los toros, chapucearemos una vez más.
Por lógica, el debate debería extenderse a las granjas de animales enjaulados (que aparte mueven millones de euros), a la caza deportiva, bien distante del necesario control cinegético (que aparte mueve millones de euros), a la pesca deportiva (que también mueve millones de euros), a las carreras de perros de trineo (que igualmente mueve millones de euros), volviendo al tema festivo, a las vaquillas y toros embolados, entorchados y demás varietés, etc. etc. etc., es decir expandir esta coherencia al frente general que sea hacer un daño innecesario a un animal (y por extensión a cualquier otra persona, a esta tierra que no es nuestra...), sino, seguiremos chapuceando como es costumbre bien arraigada desde los tiempos de Hispania (y quien sabe si de antes) y los argumentos caerán por su leve peso. Como es el caso por ejemplo del presidente Montilla que defiende la enseñanza mayoritaria en lengua catalana en la región que preside, lo cual estaría muy bien si luego sus hijos participaran en esta misma escuela que enarbola como bandera de su identidad, en vez de llevarlos al liceo alemán en el que sólo tienen un hora impartida en dicha lengua. Si los que nos dirigen dicen y hacen cosas divergentes ¿cómo vamos a actuar los demás, empezando por mi?
Nuestro obsoleto sistema de vida occidental, apartado de la lógica vital, lucha por mantener y conservar a toda costa las obsoletas ruinas de sus propios muros. Los que están a la cabeza, perdidos, nos empujan a la nada populista, travestida de bienestar ciego e ignorancia prepotente, de proclamas onfalescentes. Derivas derivadas, nublerías.
David Gamella

David Gamella

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