lunes, 4 de junio de 2012

PLAGAS y demás INFECCIONES

El cuidado de los jardines y plantaciones ha requerido de un aprendizaje renovado a lo largo de la historia, al hilo de la voracidad y consistencia de las diferentes enfermedades y plagas de los cultivos.
Los que dedicamos parte de nuestros días a los cuidados campestres, sabemos de los males que causan el descuido con las colonias de áfidos y afines que deciden parasitar los brotes nuevos de flores, frutales, hortalizas... hasta el punto de que una desatención puede provocar daños irreparables para la temporada.

Hemos sido capaces de responder con decenas de remedios naturales, fitosanitarios e incluso caseros. Soluciones inteligentes para erradicar los estropicios que estos pequeños visitantes ocasionan.

Esta simple lógica paliativa aplicada hasta por el más básico de los jardineros, apenas tiene parangón en otros ambientes de nuestra sociedad, en los que dejamos hacer e incluso morir entidades vitales para nuestra subsistencia como colectivo humano. Permitimos con dejadez que varias generaciones depredadoras colonicen, secuestren y desequen terrenos antes, sino fértiles, aptos para un desarrollo futuro eficaz y sostenible de la vida social.

La especie más dañina y enquistada es la conocida como "politicus ineptus", que aunque con un largo historial de daños filogenéticos, en las últimas temporadas parece haber sufrido una transmutación genética que la hace más dañina, ofensiva y resistente a la inteligencia y al raciocinio humanos.

Sus tentáculos de mesoparásito penetran con facilidad la superficie de las instituciones haciendo muy difícil su erradicación. Con una sonrisa mediática y la vaselina de cientos de promesas electorales evanescentes han irrumpido en la educación, la sanidad, la justicia, la investigación, la cultura, el periodismo, la economía... sitiando cualquier brizna verde susceptible de dar frutos que ellos no controlen. Cuerpo que colonizan, cuerpo que queda inútil y servil, mermado y obsoleto, inoperante y absurdo.

Al cabo del tiempo hemos aprendido a convivir con ellos, a llevarles pegados en los periódicos y en los medios audivisuales, hasta el punto de no escuchar ya el rumiar metálico de sus voracidades. Luego sí solemos quejarnos, aunque infantilmente, de los daños que provocan, pero apenas conseguimos arrancarles una risa prepotente con nuestras caceroladas y pancartas. Somos capaces de ver cómo su festín depara graves daños institucionales, pero incapaces de poner remedio constitucional y democrático. Claro que también se encargaron en su momento de atropellar y neutralizar la naturaleza de sus "bellosidades". 

Y así estamos esperando a ver si se nos pasa la inflamación, espectadores de un cuento que no cambia, pacientes en la UCI con un mal que se irradia por completo.

Buena convalecencia.
DG

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