Me da la risa. Es que ya no puedo por menos que dejarme llevar por la hilarante sucesión de carcajadas que me brota de los tuétanos al paso de la comparsa que sigue:
Sindicatos comediantes, peripuestos y gritones. Gobierno vendido, descabezado e inepto. Oposición retorcida, alevosa y verduga. Banca indecentada, cuatrera y especulante. Periodistas secuaces, pelotilleros y sesgados. Justicia despistada, polituerta y atortugada.
Todos los días pasan por mi calle en una carroza muy llena de ruidante orgullo, del que se tienen a ellos mismos, ya que la ignorancia y el desatino se abrazan las manos en esto de los narcisismos. Detrás una gran nave, que si nunca se ha destacado por la unidad de sus navieros, más ahora anda al remolque de: ¡Sálvese quien pueda y como pueda! ¿Dónde hay más madera?
Por delante la música, los flashes, las alfombras y las cenas de copete. A la cola (del retrete) una clase desocupada y con futuros imperfectos que aprenderse para mañana, de unos verbos más bien irregurales.
Como ustedes entenderán, la úlcera de este paisaje va creciendo como la lava y agotadas las existencias de antiácidos en los mercados, sólo resta mirar desde un alto con otros ojos su batalla, templar el ánimo, disfrutar de lo pequeño, festejar con lo cercano cada minuto creado y respirar, respirar hondo mientras las aguas lo cubren todo.
DAVID GAMELLA
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