Ya viene siendo una moda -y no precisamente por cuestiones de vestimenta- el que la conocida marca de ropa de corte atrevido y colorista (que no se iguala a ninguna otra) se procure unos segundos de publicidad gratuita en los telediarios y en alguna que otra columna de la prensa escrita por el mismo precio. Para ello convoca a sus puertas a mayores de 18 años (a ojos vista, incautos) para que hagan cola (nunca mejor dicho) desprovistos de ropa; a cambio de la pajarera de frío, un par de sus prendas (parece que sólo a los 100 primeros).
¡Qué gracioso! ¡Eso es tope! ¡Me apunto! ¡Total, por lucir las carnes!... (debieron pensar los que se apuntan a esta bajada de pantalones en toda regla).
Más allá de lo que pueda ser una oportunidad de ahorrarse unos chavos, esto da que pensar. Sorprende cómo anda de integridad el personal que responde "alegremente" a la propuesta. El hecho de desnudarse es realmente anecdótico. Hoy día esto es algo que a pocos podría escandalizar, por lo que no se trata de mogigaterías, ni de subversiones del orden público, sino de algo más sutil. Acceder a esta campaña (encubierta) obedeciendo sumisamente los caprichos de un poder claramente establecido denota una cierto estado de animalidad, como cuando vemos al perro obedecer cuando se le dice "sit" por una galletita. La marca decide, ordena y el adiestrado consumidor obedece sino quiere perderse el premio. Es decir, que si no rinde pleitesía (y ya no sólo comprando sus productos, los cuales, todo sea dicho, son espectaculares, rompedores y llenos de vida), que si no se entrega la dignidad propia a cambio de la que la marca ofrece, no se puede ser nadie, no se destaca del resto, no se desiguala. Y de allí habrán salido ufanos y creyéndose satisfechos y victoriosos en la transacción, pues por ese "tonto trabajo" de quitarse la ropa (y coste cero), amplio parece el beneficio.
¿Qué será lo siguiente que le pidan a cambio de la próxima galletita? La dignidad anda a la baja, la voluntad está a precio de saldo, tiene más valor tener que ser, poseer a conservar la integridad, pensar a seguir a la masa, ofrecer resistencia a tirarse río abajo...
¡Bonita es la rebaja! y estúpido el género humano; de lo cual, estos desvestidos aun no se han enterado.
Afortunadamente con finales distintos, este suceso callejero y mercantil, hace que la mente no pueda por menos que echar la vista atrás y recordar otras imágenes, estás más lacerantes, de la historia reciente (que no se debieran olvidar) en las que la locura militar de un pueblo privaba perversamente de su condición humana a quienes había decidido marcar como indeseables, precisamente por su condición de desiguales. Desiguales a quien manda, porque era la moda. Primero les quitaban sus ropas y pertenencias con voz de fusil y exponían a hijos frente a padres dejando que el frío hiciera el resto, antes de inferir las oscuras y documentadas vejaciones propias del ser humano que atesora tantísimo poder.
Antes era la dictadura nazi, ahora una mercantilista y monetaria. Aquella estaba perfectamente delimitada y definida por el horror, ésta es una nube dulce y reluciente que nos hipnotiza los sentidos sin apenas dejarse ver las manos en la jugada. Aquellas eran víctimas de la barbarie, la tiranía y la sinrazón política, estas son víctimas de una barbarie, una tiranía y una sinrazón del consumo, lo que viene a ser como estar en un coma asistido.
Sumisión alegre e ignorante.
Sumisión desconcertante.
Sumisión resumida.
D. Gamella
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