Aun perdura en lo que miro el aroma de las notas que Ariadna fue dejando sobre las cosas. A casi veinticuatro horas del concierto, todo lo que observo rezuma una especial banda sonora de piano, contrabajo, palmas, ritmo y zapateo.
Hay situaciones en las que la vida nos ofrece cobijarnos entre las curvas de un paréntesis, para que únicamente convivamos frente a una sensación, un elemento, una trazada. La cita en esta ocasión la pautaba la belleza; esa lujosa oportunidad para sintonizar con las imparables fuerzas estéticas que dominan y alteran del tiempo los sentidos, otorgando a la existencia una perdurable distinción.
Todo empezó con un escenario vacío sobre el que flotaba solitario y liviano, como un barco cargado de promesas inminentes, un piano de cola de puertas abiertas y notas contenidas. Cómplices esperaban también sus músicos, Antonio Lizana (palmas, cante y saxo), El Chispas (percusión), Mónica Fernández (bailaora) y El Negrón (contrabajo) amparados por ese fondo blanco y negro que saludaba nuestra entrada a la sala con una espalda descubierta llamando a imaginar la desnudez de los colores musicales, anunciando mucho tacto sonoro, pura sensibilidad.
En lo personal, además de atender el paso de la música, esperaba crítico el acompañamiento visual que elaboramos para completar el fondo. Un trabajo de intuiciones gráficas, por tanto mejorable, llamado a pincelar fugazmente cada pasaje sonoro entre lo etéreo de la luz y la poética de la salpicadura, haciéndolo apenas sobresalir sobre lo interpretado.
Puede que sea el comienzo de una vereda creativa compartida con la que dar formas a esa música que Ariadna se trenza en el piano.
Puede que sea el comienzo de una vereda creativa compartida con la que dar formas a esa música que Ariadna se trenza en el piano.
Sea como fuere, por todo lo de ayer me siento un afortunado.
Gracias Ariadna por hacer la vida así de bella.
DG
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu tiempo!