lunes, 7 de junio de 2010

emocionante BIENestar

Lo emocionante de presenciar periodos como el actual, que será en unos años visto como un hito histórico, es que somos sus protagonistas principales y lo vemos, lo sufrimos o lo ignoramos de primera mano, pero con la particularidad de ser al mismo tiempo, actores y espectadores de un espectáculo con guión oculto. También la suerte es que no necesitaremos acudir a los libros y a los anales o quizá sí, para saber de qué iba toda esta farsa.
Hace tiempo que sociólogos, filósofos, artistas, analistas económicos, naturalistas y demás fauna cuya palabra es hábilmente denostada y relegada a la ignorancia por los sistemas de poder económico, vienen coincidiendo en un único discurso realista: nuestro modo de vida, tal y como lo conocíamos, ha tocado a su fin. Hay cosas que dichas así, pronunciadas o leídas no tienen transcendencia, no significan y por tanto requieren del estruendo de los actos, del peso de su molestia para poder ser comprendidos y escuchados.
Eludiendo por ahora las irresolubles consecuencias planetarias que nuestros usos energéticos y consumistas deparan ya a los ecosistemas, destruyéndolos (sustento básico para seguir siendo sobre este planeta), y por otra parte, dejando también de lado la incuestionable afrenta ética que implica nuestro "estar bien" frente a la cantidad de gente que vive en el mundo (habría que analizar ese concepto de vida) con cientos de cosas menos de las que podemos llegar a usar a diario en esta economía insultantemente desproporcionada y hasta hace poco boyante, podemos decir que nuestro modo de vida expira.
Hemos mal comprendido que la vida era tener y tirar para volver a tener más, disponer de recursos infinitos (ya sea agua o dinero electrónico por ejemplo) inmediata y continuamente. Ocio, moda, tecnologías, transportes, alimentos... perfectamente aliñados por el sistema publicitario que inventa nececesidades innecesarias ad eternum y para los que hasta ahora hemos disfrutado de la oportunidad de tener un trabajo (más o menos estable con el que pagarnos esos vicios), de unos derechos laborales y sociales, de cuidados médicos, de infraestructuras cada vez más tecnificadas, educación, etc. A este goloso sistema, como es normal, se han ido sumando más y más clases medias de privilegiados y envidiados en suma, que han hecho insostenible la durabilidad del mismo, ya que los que más tienen no pueden dejar de tener. ¿Pero cómo frenar esta masiva escalada de vidas buenas?
El plan no era poco engañoso. Los que mueven nuestros hilos decidieron darnos muchos más recursos de los que pudimos nunca soñar; fueron ensanchando nuestros estómagos, nuestros gustos y acomodando de esa manera cada una de nuestras actitudes vitales. Una vez estábamos todos embelesados, adiós, corte repentido y sin aviso. Unas pocas explicaciones pajareras, un par de tipos culpabilizados y el rodillo comienza a allanar el camino. Adiós al trabajo (sobran manos de obra en todo occidente, ya que son más rentables las manos baratas y sin derechos del resto del planeta, ya que no exigen nada), adiós a los derechos de los trabajadores (un aplauso para los sindicatos que se lo han trabajado -a estos también los huntaron), adiós a la sanidad pública (dinamitada silenciosamente), adios a la educación (bueno, ésta está muerta desde hace décadas), es decir, avanzamos hacia la precariedad social de todos los que tuvimos la ilusión de haber logrado un status fetén.
Las naciones-estado han muerto hace años pero sigue la farsa (pero aun así, seguiremos votando, escuchando las sandeces de los que elegimos y las zanzadillas de los que perdieron, seguiremos a ciegas en el humo que exhalan tales chapuceros). En su lugar las grandes corporaciones deciden, manipulan, retocan desde la impunidad que dan las sombras.
¿Y qué reacciones se ven en la gente? ¿Qué se escucha en los medios? ¿Qué alternativas quedán? Parece que las dosis de anestesia de bienestar, insuflada durante a las últimas generaciones, ha atrofiado las tragaderas, ensanchadas e insensibilizadas para dejar paso a cualquier pedrusco sin el más leve sobresalto. ¿Y a los que van viniendo detrás? ¿Qué herencia les queda, qué sabores que llevarse a la boca?
Esto es tristemente emocionante.
David Gamella

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