La vida de cada uno va transcurriendo con una velocidad y cadencia distintas. Los acontecimientos que a unos hacen mella, otros ni siquiera pueden imaginarlos. Algunos viven las cosas vestidas de unos colores, formas y sonidos que a otros no así les parecen. Ideas, intereses, abdicaciones o devociones, querencias, olvidos, tesones se cruzan y entretejen para poder elegir dónde poner la mirada y el resto de sentidos. Cada movimiento de esos nos dirige hacia un lugar, nos ubica en un todo, con o sin nada, nos atribuye las facciones delimitadoras de nuestra identidad y con ellas amanecemos cada mañana y descansados al ocaso. Las vidas se llenan de cosas, las cosas se llenan de vida.
Referir por tanto reflexiones, en las diversas formas en que puedan éstas ser creadas, es cómo lanzar a botellas al mar de la incertidumbre mensajera. Flotan, viajan, esquivan las olas, recalan allá donde menos podría esperarse, pero ¿realmente llegan?. Habermas defendía ésta como la única posibilidad viable en el juego tan particular de las vivencias y atenciones personales al que toda voz emitida (con signos de vital inteligencia) queda expuesta. Mientras sortea las corrientes y mantiene medio cuerpo en la superficie, siempre cabrá la esperanza de que unas manos la rescaten de entre la confusión de otras muchas que también votan sobre las aguas; y más allá de la validez universal de su mensaje, de su pertinencia y longevidad, el hecho de haber sido emitidas supuso activar un mecanismo de resorte para la comprensión, la imaginación y el conocimiento de valor incalculable.
Cada día me adentro en la diversidad de las aguas para cosechar botellas que otros en su día botaron. Con respeto, también con avidez y presteza, las destapo acariciando con todo el mimo que merecen las joyas cada uno de sus renglones nutricios. Los sopeso, los contemplo, los acuno y los digiero como el más suculento de los manjares que nadie pueda darme. Así recientemente he descorchado diferentes añadas de Z. Bauman, de A. Arendt, de R. Dahrendorf, de Sánchez Ferlosio, de J.L. Sampedro, de Martínez del Río, de A. Szczeklik, de J. S. Bach, de I. Castro, de A. Badiou, de A. Woldswhorty, de E. Kac, de J. Rancière, de Tiqqun, de N. Klein, de F. Goya, de N. Chomsky, de J. Krahe, de F. Bárcena, de A. Zagajewski, de M. Foucault, de J.L. Pardo, de J. Braudillard o de A. Touraine entre otros; he de decir que a gracias a ciertos malestares que sus ingestas provocan, mi tolerancia ha conocido más y meritorios sabores y la mirada ahora me alcanza a lugares soterrados, desde los que puedo crear renovado en las formas y la palabra, imaginar propios mundos y afinar los colores de la voz con los que me revierto.
Invito a renovar cada uno de vuestros botelleros con éstos u otros sabores, a salir remo a remo con la barquita de cada uno allá donde más se muevan las olas e inciertos parezcan los cielos, allá donde nunca alumbran las luces y flashes del espectáculo comercial y siempre están borrados los caminos.
David Gamella
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