viernes, 28 de enero de 2011

Palabras para Berta

Berta, una amiga despierta y activa, me ha pedido unas palabras que denuncien la pasividad de una sociedad que sigue poniendo resignada la otra mejilla (ciertos mandatos aun perduran) ante los acontecimientos presentes. Ayer 27 de Enero recibió la habitual carga policial en una de las muchas manifestaciones en las que unos pocos se atrevieron a decir NO al PENSIONAZO y esto es lo que la contesto:

El mundo está en continuo movimiento. Los planetas rotando sobre su eje, los cometas, las galaxias, incluso aquí, donde todo tiene otra escala menos grandiosa, las cosas están sometidas a ciertos bucles y cadencias a las que nos han habituado. Los esfuerzos de quienes más pueden condicionan la gravitación del resto que por conveniencia o laxitud solemos aceptar cualquiera de las rutinas impuestas.

A nivel planetario es obvio que un cambio rotatorio sería catastrófico para el equilibrio de la galaxia, de los ecosistemas y de la sostenibilidad de la vida conocida. Esta máxima parece haber sido calcada por quienes nos gobiernan, quienes dirigen la fuerza de sus poderes para impedir que cualquier movilización indeseada tuerza el aire de sus “cosas”.

Hemos conocido en las últimas semanas cómo el mundo árabe frente todo pronóstico se despereza de su letargo contra dictaduras de largo abolengo que les sujetaban. Aquel compás mantenido perduraba con el beneplácito de sus hermanos ricos del norte (entre los que está nuestro país) a quienes les interesaban tener apartadas a un buen número de gentes (infrahumanos, indignos, indeseables…) fuera de las puertas de nuestra “Gran Fiesta de la Sobreabundancia”.

Claro que nuestro corral, hasta hace un rato tan jacarandoso y bullanguero por los excesos consumistas y los réditos económicos, está ahora en serio retroceso ya que las cosas no pintan tan bien, se nos han fundido algunos farolillos y apenas queda calderilla para otra ronda más. Esto rediseña (todo obedece a un plan trazado) las vidas de muchas personas que habitábamos felices la cuna del progreso y del estado del bienestar (sólo el nuestro). Sobre todo si nos referimos a la gran masa (sucia, como parecen calificarnos los que andan elevados por las alturas) de gente que ahora llega cada vez más apretada a la siguiente nómina (incluso de los que ni llegan), de los que ven mermar sus ingresos, sus derechos y sus dignidades irremisiblemente. Porque si miramos hacia arriba, encontramos a otra clase (perpetua y solaz) a la que apenas le despeinan estos nuevos vientos. Más bien les favorece el hecho de que la brecha monetaria que nos separa de ellos aumente las distancias (nuestro hedor de infraclase podría incomodarles el olfato y como es cuestión de desahogos y bienestares, mejor cuanto más lejos).

Esta trayectoria es de todos conocida, no debiera sorprendernos. En los últimos años creímos poder entrar de verdad a formar parte del selecto grupo de acomodados de este pasaje vital, emular sus ritos, disfrutar de sus gozos, pero fue todo un espejismo (siempre y cuando no nos comparemos con los que habitan en otras latitudes, en clara y sangrante desventaja con cualquiera de los más precarios de nuestras tierras; eso es harina de otro costal). Se nos puso un lujoso cebo delante de lo que era una jaula de deudas que no quisimos ver. Se nos untaron de miel los labios para luego ponernos garrafa de ricino con forma de hipoteca, pagos atrasados, embargos y un sonido de cristales rotos que nadie dice haber quebrado.

La lógica impuesta es perversamente aplastante. Sólo se pierden los beneficios por abajo, es decir, de los últimos en llegar al festín. Interesa que la rotación perpetúe los beneficios y asegure los réditos de quien siempre ha estado al mando del invento, su invento, de tal naturaleza que afianza los desequilibrios, desuella las tensiones y desvanece cualquier atisbo de cómoda dignidad a los que tiene a su servicio.

Situaciones como éstas ya han enervado a griegos, algo a los italianos y franceses, mucho a los tunecinos y pronto a yemeníes, argelinos, marroquíes, etc., pero no al oriundo de España. Aquí tenemos anchas espaldas habituadas a la mortificación impuesta por el “señorito”. Largos años de sometida penuria y subdesarrollo son los que nuestras generaciones pretéritas han padecido hasta incorporarlo al árbol genético. La tendencia ibérica al conformismo no exento de inoperante cabreo está garantizada mientras nos digan que somos los “Campeones del Mundo” a ritmo de pasodoble. Eso más que suficiente para tenernos con las manos en los bolsillos, el codo en la barra y la mirada distraída en la tele mientras pisamos cabezas de gamba. Es precisamente por esa ventana por donde mejor nos abrevan puntualmente cada día con todos los aditivos transgénicos que prescriba el manual del anestesiador mayor.

Todos estos tejemanejes del único culto globalizado que es la economía se nos venden como imprevisibles y sorpresivos, aunque sus trayectorias están perfectamente delineadas. No ha habido ninguna improvisación en la irrupción de esta crisis que nos asola; ninguna extrañeza desfiguró el rostro de quien sostenía la tramoya tras el escenario.

Tomando el término de N. Klein, el “estado de shock” es su herramienta predilecta. Tradicionalmente es aplicada con perfección y habilidad cirujana por quien (tele)dirige la situación (léase grandes corporaciones, FMI, especuladores, etc.) con afán de rediseñar el paisaje y a sus paisanos y poniendo sobre todo cuidado en no alterar la rutina de sus beneficiados bolsillos y paraísos fiscales. Se nos dice por los medios de desinformación masiva que no se sabe quiénes son, que si ya los brotes verdes, que sí, que no, que estas cifras, que las otras… Toda una urdimbre para mantener instalado el aturdimiento general y con ello asegurarse una vía libre de obstáculos para las reformas pertinentes, ineludibles, necesarias (y demás términos coercitivos). Por las tragaderas nos pasa de todo pues estamos noqueados y absortos por esa cascada de datos que nos vomitan encima cada día. Se reducen las ayudas sociales, se recortan derechos laborales, se aumentan las horas de trabajo a cambio de menos sueldo, se nos pide flexibilidad, se favorece el despido con menos cargas, se alarga la vida laboral, aumentan las contraprestaciones, aumentan los costes de los bienes básicos... Es la banda sonora perfecta para apretar circunstancialmente por aquí y eliminar por allá, socavando por la espalda todos los logros sociales que otros ganaron por nosotros (literalmente con sangre, sudor y lágrimas, cosa que no convendría olvidar), pues la dignidad está a la baja y las conciencias aceptan firmar “para que todo mejore” cualquier promesa en blanco.

Solamente unos pocos son capaces de hacer frente a los poderes establecidos, por supuesto convenientemente fichados, controlados y estigmatizados como malévolos antisistema que pueden poner en peligro nuestro dulce sueño. Como son ruidosos, pintan paredes, subvierten el orden e incendian las calles, sus actos facilitan el trabajo a quienes preparan las primeras páginas de los diarios, en las que nos advierten del peligro de sus voces para la paz social (el miedo en esta sociedad moderna vende mucho y bien) que a fin de cuentas es lo que interesa, paz, buen rollo y el desecho al hoyo. Son quizá radicales en sus formas, pero ¿qué otra respuesta cabe ya para contrarestar la fuerza impúdica, invisible e implacable de quienes quieren perpetuar el sentido que favorezca a “sus cosas” bajo los criterios mercantilistas y bursátiles de la rentabilidad?

Una vez comprados los sindicatos, los órganos de represión que aún perduran en los Estados-nación (sumisos a los poderes macroeconómicos que los manejan) continúan el trabajo sucio y son usados para impedir que estas voces prosperen y enraícen en el ámbito público, por ello las acallan como sólo saben, con porrazos, botes de humo, corazas, cascos y demás parafernalia militar, apoyada por la guerrilla desinformativa que obediente y puntualmente pone los focos en la dirección contraria. Lo que no saben estos altaneros mandatarios y dictadores del consumo es que las conciencias despiertas y los ojos sin venda jamás pueden olvidar lo que ya han visto. Aunque les lluevan encima las cadenas de la ley y las normas convenidas por el más fuerte, los pasos de quienes protestan siempre serán oídos y quizá, incluso en esta acomodada España, contribuyan a variar la trayectoria rutinaria sobre el mismo eje que los de siempre aspiran a consolidar. Ahí tenemos bien próximo el ejemplo del Cercano Oriente que rompe lo establecido y lucha por cambiar la norma.


David Gamella

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