Resulta siempre curioso darse de bruces con algo que uno no espera. Sobre todo si esto te golpea de frente haciéndote cuestionar el ritmo y la dinámica que llevas.
El pasado domingo compartía calle como un indignado más (no soy muy inteligente, pero se sumar, restar, multiplicar, algo menos dividir y por desgracia ya no tengo perro - digo esto para "el siembraminas J. Losantos"que tanto nos desprecia).
Decía que hacía dignamente la calle, cámara en mano, para compartir la alegría festiva, la música y el ritmo, las voces y coros con los que se reivindicaba acciones más justas para la mayoría de ciudadanos. Ante tanta multitud me sentía bien, ufano de ver por fin salir de las distracciones que nos pone el sistema a gentes de toda índole, edad y condición, unidos por algo más que "la dichosa roja".
Pero la alegría y el entusiasmo, encarando el Paseo del Prado, se tornaron extrañeza y llanto. Unas banderas tricolores se agitaban enérgicas con otro tipo de voces. Era una piña de Sirios, hombres, mujeres y niños, haciéndose sentir por lo que sin duda es la terrible masacre de la población de su país. La marcha multicolor de los indignados se paraba cambiando sus proclamas por un instante frente a las fotos de los asesinados y torturados, frente al clamor doliente de quienes saben cómo su pueblo es pisoteado por el poder dictatorial, ante la ramplona pasividad de este asqueroso Norte Rico al que pertenecemos. Los Sirios no podían creer que se produjera esta atención y escucha por parte de los que llevaban bien claras sus reivindicaciones; esa unión de gritos y gestos de apoyo unió también las lágrimas de ambos pueblos.
Nosotros pedimos mejoras de vida, ellos piden llanamente la vida.
En un instante no pudieron por menos que decir por sus megáfonos unos ¡Viva España! y Gracias, Gracias y Gracias, por las pequeñas muestras de empatía, apoyo y respeto.
Nuestros gobernantes sordos de todo menos de sus bolsillos, acaban de aprobar indefinidamente la "misión" en Libia (no son suficientemente valientes para llamarla guerra), porque hay que obedecer al que manda y chuparle los zapatos si se tercia.
Siria tiene peor suerte, allí se deja cancha libre a los servicios de limpieza.
¡Bien por esos representantes del pueblo Sirio gritando con vehemencia y dignidad por el final de la ignominia y el desprecio prepotente de Occidente! ¿No será que aun no saben cómo apoderarse de sus recursos petrolíferos, cosa ya resuelta en Afganistán, Irak y ahora Libia?
Seguí con la marcha indignada hasta Neptuno al son de las batucas y los coros espontáneos. Cuando deshacía los pasos andados, satisfecho y acalorado por haber contribuido a cambiar la fisonomía regularizada de la ciudad, volví a mezclarme con el grupo de Sirios que seguían gritando contra su embajador y el gobierno global y capitalista que los (nos) ignora. En su pulso habitaba una denuncia más urgente, crítica y humanitaria que todas nuestras indignaciones juntas y no podía dejar de atenderlas un instante más.
Felizmente no paraban de cosechar apoyos y cariño de los asistentes y los abrazos, aplausos y muestras de complicidad hicieron mella en nuestros rostros.
Seguro que pudieron volver a sus casas satisfechos al menos de haber hecho pública una realidad doliente que se desatiende hipócritamente en nuestros medios, porque en el fondo nada importan sus destinos. No son ricos, ni famosos, ni tienen grandes casas, ni mansiones, ni huelen a Chanel, que es por lo que sí parece despertar nuestra acomodada atención capitalista.
¡Viva el pueblo Sirio vivo!
David Gamella
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