Una de las últimas cocciones del año pasado fue (en parte) esta multitudinaria colección de cabezas que, rescatadas del fondo del disco duro, sirven para representar el crecimiento exponencial de la conciencia colectiva de estos últimos meses.
Llevaba años escribiendo y creando contra las posturas ramplonas y complacientes de los jóvenes (y los no tanto) que adormecidos sólo se miraban la pelusa del ombligo respondiendo a los impulsos primarios del individualismo. Me despachaba con un tono realmente ácido, herido y quejumbroso, a tenor de las actitudes que veía en las calles, en las aulas y en los medios, por el que me granjeaba no pocos reproches y desprecios.
En concreto, mi actitud en las aulas, que es dónde más encuentro personal se llega a producir, ha sido la de provocar la reflexión, incitar a la toma de conciencia, empujar a la acción, permitir el paso de la emoción. Nunca pude imaginar que las energías de esa pequeña parcela docente confluirían con otras similares que al tiempo se movilizaban por otros lugares hasta hacerse la laguna de la sensibilidad que hoy conocemos. Para afrontar los retos de esta modernidad tecnológica y monetarizada que nos deslumbra, distancia, oprime y condiciona, he intentado promover firmemente el uso de las herramientas reflexivas del pensamiento, de la sensibilización, del trabajo intelectivo, repensando el presente, leyendo a gente sabia, y sobre todo escuchando, escuchando mucho para entender el futuro que provocamos.
Me siento feliz de que esta conciencia se expanda y llene de luz cada vez más hogares de este charanguero país.
D Gamella
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