lunes, 19 de diciembre de 2011

Mentiras a saco

Redactar esta entrada mientras se celebra el debate investidura en el Congreso tiene su aquel. Su hemiciclo congrega la flor y nata encorbatada del descrédito social. Tales honores no han sido sino ganados con el sudor de la patraña, el denuedo de la farsa y el colmo de la burdería continuadas, paradigmas todos de la bufonería y la estulticia política contemporánea. 

Una de las tareas cotidianas que lima buena parte de mis vehementes energías se centra en devanar los nudos que la realidad mediática tiende y trama. No somos pocos los que insistimos devotamente en ubicar la posición variable que adopta el norte como medida higiénica de supervivencia, para seguir si procede sus pasos o tomar opuestas las distancias. Este empeño requiere esfuerzo militante, actitud activa, resistencia presente. Los aires soplan cada día más contaminados hechos una sola nube mediática, mercantil y wifera que todo lo asombra y lo iguala. De tan encima que la llevamos no la vemos aventando los miedos que nos diseñan, ignoramos sus complacientes difusores de vaselina, sus goteros insanos de hormigón hipodérmico, sus perennes monodosis terapéuticas del único pensamiento y la respuesta sumisa. Este bucle automático nos guía por la cañada ganadera del minotauro entre tibiezas, flores, fandanguillos y alegrías

Dicen que lo exponencial es una cantidad que llega pronto al infinito, pero las fronteras de nuestra gran mentira supera sus límites hasta hacer que fuera de ella nada exista. Lejos de ser una sólida estructura,  mantiene un equilibrio precario para sujetar el mundo, una suerte de engrudo que cohesiona perentoriamente los naipes de las creencias, las leyes y los principios que nos regentan, ese corpus tan vasto como falso e intragable. La mentira humeante crece con los días. Nos densifica las tragaderas, tapona los ojos, deja en la cola del paro el filo de nuestras preguntas y ensordece cualquier destello wikileano.

Hay humo que acolcha las guerras, humo desde la ONU y los organillos oficiales, humo para la deseconomía global y el sistema sicario de la banca, humo financiero paradisiaco, humo en la cumbre de todas las cumbres; humo en las balanzas trucadas de la justicia, en la desproporción de los poderes, humo más allá del umbral de la pobreza, humo hosco de nauseas tras todas las fortunas y los class business; hay humo también para lo poco que queda del ambiente, humo y cenizas para los árboles y las especies que nos acogieron, humo, humo y humo; en las religiones hay  incensiarios a toda máquina, humos amorales, humos triperos; hay humo publicitario, humo de campaña electoral, de concilio, de congreso y abrevadero; humo integrista de las ciencias y la tecnología, de la cultura bovina, del vasallaje, humo filosofero por las nubes, humo chulo; además humo de chiste, humo etílico, humo picante por la entrepierna; humo sumiso al cuadrado en los Estados, humo esfumado, humo refrito de contrabando, humo de corruptelas por los dobles fondos; endiosadas humeras en los estadios deportivos, en las cadenas perpétuas televisivas, humo por los rincones de las ferias, humo tertuliano, humo gástrico, humo rosa, humo en definitiva que tapona y ralentiza cualquiera de los razonamientos. La densidad es perpetua, como la escarcha en las heladas. Ahumados como estamos ya nada nos sabe bien sin una bocanada maquillada que proteja el paladar de los sabores aireados.

¿Quién osa pretender otras cosas?
DG

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