jueves, 26 de enero de 2012

Delayed. Ignacio Castro Rey


Delayed
(Acechando la espera)

Marchar hacia el centro, gritar en alto que no nos representan. Juntarse y ocupar un sitio, compartiendo cara a cara el hastío y las posibles salidas. Recuperar en suma la comunidad viva y la presencia real, libres de la dispersión conectada propia de esta cultura informativa y su mitología técnica. Atravesar la complejidad de las tecnologías urbanas para aterrizar al otro lado en una plaza y sentir el gesto de los cuerpos.

Durante meses, el 15M pareció decirle adiós a muchas cosas. Convirtió en residencia habitable, en acampada, la precariedad nómada a que nos obliga el orden reinante, el hartazgo de ser día a día ninguneado y engañado. Y también la zozobra de no tener trabajo, ni casa, ni medio alguno de independencia. Tardaremos tiempo en olvidar la emoción de sentir el nacimiento de otra ciudad a nuestros pies, en el kilómetro cero del derrotismo habitual.

El pasado mes de mayo significó también una ruptura insólita con la “cultura de la Transición”, con su gestión interminable y la prohibición de romper el consenso, con la alternancia cómoda entre las coartadas conservadoras y las progresistas. Muchos entonces compartimos ese entusiasmo. Después, en el umbral de esta inflexión actual, nos empezó a cansar tanto activismo, tanta reunión y comisión, que pronto amenazó con levantar una caricatura del poder. De pronto necesitamos otra vez la discontinuidad, volver al secreto.

No debemos olvidar que la “crisis” actual la ha facilitado la sobresaturación de lo social, una masificación global intrínsecamente depredadora (¿recordáis esas tomas de la Big Apple desde arriba, en Inside job?), la complejidad tecnológica, la interactividad constante. Parte de la crisis consiste en hablar todo el día de la crisis. ¿No será la crisis una astucia de la razón histórica para perpetuar esta conexión perpetua que necesita un capitalismo que odia el afuera?

En todo caso, ¿es suficientemente político estar cansado de un movimiento? Por decirlo en otras palabras, hoy una pregunta clave sería: ¿Dónde se come en el 15M? Más difícil todavía, ¿dónde se vive, sin más, sin enemigos? ¿Qué tipo de riqueza real, de independencia real, de diferencia vital se ha generado?
                                                                                                        
Tal vez sería tiempo, como han hecho en cierto modo los precedentes árabes de nuestro movimiento, de invertir esa fabulosa energía juvenil y colectiva en la generación de nuevas formas de producción, de supervivencia y convivencia reales, de individualidad. ¿Cooperativas, talleres, tiendas, comedores, escuelas? Por supuesto, y nuevas empresas. Y nuevas formas de vida, de fuga… ¿Para cuándo estas iniciativas reales, sin esperar a que el poder tome las consabidas medidas tardías, superestructurales? ¿No sería éste el paso subsiguiente del movimiento, en paralelo a las consignas políticas de que se dote? O incluso dejando a un lado nuestra obsesión por la crítica y la política. Nuevas formas de amor, de violencia, de relación. Otras músicas, nuevas formas de librarse de esta pesadilla que es la historia. ¿Para cuándo?

Hay muchas cosas, sin duda, que todavía se pueden compartir en la estela de las acampadas. Entre otras, esa idea de que ya no se busca cambiar el mundo, sino defenderlo, en lo que tiene de inmenso, contra quienes lo quieren convertir en un solar transparente. Si el conservadurismo genial del sistema es el remozamiento perpetuo, un continuo cambio de decorado que impide experimentar la angustia y la vida local, hoy es preciso darle estabilidad a algunas decisiones. Es urgenteconservar terrenos libres del temporal de precariedad a que nos somete una “crisis” que liquida por igual el trabajo y los afectos, la estabilidad mental y la naturaleza de los alimentos.

Por ende, la idea de que hay que defender un único mundo no nos coloca fácilmente en la nómina de los “nostálgicos” frente a la dinámica de los nuevos tiempos. No, porque se trata sólo de conservar la apertura del mundo como tal, la infinitud de sus formas de vida, amenazada por la poda que se articula desde el orden social vigente. La insistencia en que el mundo a conservar es el único mundo real y posible, contra cuyo latido común el capitalismo representaría un furioso mecanismo “antisistema”, no deja de ser un logro importante del 15 de mayo. Gracias precisamente a su temperamento híbrido, esa vocación apolítica del movimiento es lo que podría hacerlo perdurable, más allá de las vicisitudes electorales y partidarias.

La frase de aquella militante es ciertamente preciosa: los “abstractos” son ellos, pues nosotros estamos en lo concreto, luchando por nuestras vidas sin programa, convirtiendo en resolución nuestro temor. Juntos y compartiendo con una generosidad casi infinita la igualdad de cualquiera que se acerque. Muy buen comienzo. Por ello mismo, ¿el 15M se hizo pronto un poco abstracto, demasiado político e ideológico? No lo era en cada una de sus manifestaciones indignadas, pero después, cuando pasan a explicar un esbozo de programa los distintos portavoces… ¡Sonaba tanto al partidismo de siempre!

¿No es suficientemente político vivir la propia vida, poder comer y tener una casa donde recibir a los amigos? Parece que a veces olvidamos la importancia cotidiana de lo impolítico para resistir la infamia inevitable de cualquier poder. La importancia del humor, la violencia de los sueños, el amor y el odio que jamás pasarán a la información. Ahora la pregunta es: ¿el 15M empieza a morir en cuanto pretende estabilizarse como estructura política? Democracia real ya es un grito que expresa un sentimiento justo como consigna catalizadora de fuerzas nuevas, impertinentes. Pero es una idea impracticable como programa, hay que decirlo. Por definición, lo real queda fuera de cualquier movimiento político. La “libertad natural” queda fuera de la “libertad civil”, aunque ésta tuviera esa enérgica limpieza que tantos quisimos ver en el 15M. Creer lo contrario es la enfermedad metafísica occidental, que ha cambiado a Dios por la Sociedad y la Historia. Y tal vez el movimiento de mayo entró demasiado pronto en esta vía, olvidando la alegría de su insolencia inicial.

Cultura consensual y cultura de la movilización pueden ser parte de la misma cultura normativa cuando los dos lados se ponen edificantes y pretenden salvarnos del desamparo de vivir sin cobertura histórica. Es el mundo mismo el que resiste a la mundialización. No tenemos ni idea de hasta qué punto nosotros, incluso con el 15M y Occupy Wall Street, somos una pequeña secta en medio de la polvareda de pueblos de la tierra.

Anónimo es una palabra que casi siempre pronunciamos personas cargadas de nombre propio, pretendiendo con ella un alcance universal de algo bastante más localizable. A veces parece que el afán de visibilidad del 15M, después de los primeros meses de encantadora ambigüedad, resultó bastante cercano a la eficacia informativa. Se debe insistir además en que el “anonimato” lo defienden con frecuencia figuras investidas de nominación, que han hecho su carrera cerca del pensamiento crítico tradicional. ¿Badiou, Rancière, Tiqqun? Algunos adoramos esos nombres, pero el hecho de que los líderes iniciales del movimiento, aquellas caras encantadoramente desconocidas de los primeros meses, hayan desaparecido y ahora sean portavoces respetables intelectuales que pertenecen a la tradición crítica de los últimos años, vuelve a arrojar algunas dudas sobre el futuro de mayo.

Cuando el aire de Sol ya puede ser caricaturizado en los anuncios, mala cosa. Si el PSOE y los sindicatos, tan sospechosos ambos, hacen pronto guiños e intentan tender puentes (el mismo PP ha tomado buena nota de alguna reivindicación) es debido a que, a pesar de todo, se ha transformado gradualmente en un movimiento bastante reconocible. Y esto no está mal, pero le quita al 15M la naturaleza nueva que querríamos asignarle. Llegará un día en que aquella heroica indefinición inicial, que tanto inquietaba a políticos y periodistas, termine definitivamente.

El movimiento, de hecho, pronto fue tentado por una posible identidad política que podía reclamar su parte en el pastel de la gestión. ¿Cómo salir de ese dilema? Si se rechaza la politización, la protesta se disolverá en algo alegremente provocador y alternativo. Si la acepta, el movimiento acabará siendo previsible, una parte más del círculo consensual. Llegado el momento, ¿no es preferible la primera opción? Además, la precariedad fue un arma neurálgica del 15M. ¿Por qué no entonces extenderla a su actual forma de organización, hasta la sorpresa de su desaparición? Otros vendrán a recoger la llama, a ocupar el vacío. La naturaleza rechaza el vacío, es cierto, pero es necesario acercarse a él, rozarlo, aguantar su vértigo. Después del incendio, la tierra sigue ardiendo por debajo. Ese cambio de clima mental que señaló el mes de mayo parece ya irreversible. Mientras seguimos ejerciendo nuestro intermitente activismo en esta tragicomedia diaria, acechamos la espera de otra llamarada colectiva.

Se puede acusar de “individualista” a una postura así, es cierto. Pero es que la comunidad misma es individual, necesariamente contingente, esporádica. Antes de la distinción entre lo privado y lo público existe una vida, común e individual a la vez, que es mucho más política que todo el campo visible de la representación y la movilización. Lo histórico jamás podrá absorber esa primera instancia política de la vida primaria, anónima. Una idea que el 15M nos ha legado es que los pueblos no caben en la historia más que momentáneamente, a ráfagas. La vida popular es demasiado sanguínea para ser encauzada. En cierto modo, es posible que las masas sepan de esta fuga perpetua, bajo la terraza de la Historia, algo más que los partidos, siempre sumergidos en su activismo sectario. Los ciudadanos que votan cada cuatro años le dedican sólo una pequeña parte de su energía y su tiempo a la actividad y la discusión política. Antes y después, se funden en una vida comúnpre o post ideológica. Sólo la militancia activa de una movilización emergente permite olvidar esto. En ello consiste su capital y también su hipoteca.

Igual que la economía, también la resistencia puede ser sumergida, informal. Precisamente en nombre de mayo es necesario recordar que la “lucha” puede tomar mil formas, no todas abiertamente colectivas y programáticas, ni siquiera en la forma de ese registro de anonimato que generosamente le concedimos al nuevo movimiento. La gente lucha de mil maneras, algunas inconcebibles. La resistencia puede consistir en callarse, defenderse con el cinismo o con una aparente indiferencia, desaparecer o buscar nuevas formas de vida. A veces parece que algunos activistas solitarios de esta época, se llamen Moore o Guerín, saben de los límites de lo político más que los líderes grupusculares, sumergidos en un activismo salvador.



Ignacio Castro Rey. Madrid, 21 de enero de 2012

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