jueves, 19 de abril de 2012

¿Dónde estamos? 1, 2 y 3


Julio Anguita, excoordinador general de Izquierda Unida
Primera entrega de una serie de ocho artículos en los que se sintetiza la intervención de Julio Anguita en el Ateneo de Madrid el pasado día 9 de Marzo.
Va siendo hora de que los hombres y mujeres que nos reclamamos de la izquierda asumamos con todas sus consecuencias que hemos perdido la guerra. No se trata de una derrota parcial en una fase histórica precisa del desarrollo del sistema al que, mal que bien, hemos combatido. Es el final de un enfrentamiento multisecular que se ha saldado con el cadáver del vencido yaciendo en el campo de batalla.
Y la hemos perdido quienes nos hemos sentido ligados al desarrollo y vicisitudes de la lucha a través del proceso histórico que ha alumbrado la aparición de la Primera Internacional, la Segunda, las Dos y Media, la Tercera y la Cuarta. El Manifiesto Comunista, los proyectos de emancipación social protagonizados por los llamados utópicos, la Comuna de París, la Constitución de Weimar de 1919, la Soviética de 1936, el keynesiano Estado del Bienestar o la solemne Declaración de Derechos Humanos de 1948 son los hitos más emblemáticos de unos desarrollos sociales y teóricos que al día de hoy parecen arrumbados y exhibidos como trofeos en las vitrinas y expositores de los vencedores.
Pero la derrota se extiende mucho más allá. También han sido debelados los conceptos, valores y conquistas del pensamiento liberador que han supuesto La Ilustración, el Derecho, la Democracia, la Cultura como liberación y con ellos el ideal constitucional de la llamada Soberanía Nacional.
Los clásicos, cordiales y reconfortantes altares donde otrora se alzaban los dioses de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad han sido derribados y con sus ruinas se han erigido otros en los que campean las tres divinas personas de la trinidad capitalista: Mercado, Competitividad y Crecimiento Sostenido.
Los corifeos del sistema ya no consideran necesario conservar las formas, el lenguaje y los modos convencionales de la relación interpersonal; para ellos y así lo confirman con sus hechos y escritos públicos, la Democracia contiene un peligrosos gen que desemboca en una doble manifestación patológica: el populismo y la demagogia; males estos que deben embridarse con los mecanismos correctores proporcionados por los mercados.
Quienes han ligado total o parcialmente sus vidas a luchar por las ideas y propuestas de plena emancipación humana han dejado de ser tratados como enemigos a los que se debe reducir a la mínima expresión, como ya se intentara e hiciera mediante la creación y desarrollo protegido de los fascismos de cuño clásico. Ahora los medios de comunicación, constituidos en potentes empresas encargadas de fomentar la mentalidad sumisa, convienen en presentar a los luchadores irredentos como orates, anacrónicos, mesiánicos o- en el colmo de la manipulación lingüística- como utópicos. Desde el Infierno creado para ellos, se les ha confinado a perpetuidad en el Limbo.
Así en el imaginario colectivo de las muchedumbres, la noción de culpa a causa de haber vivido por encima de las posibilidades se ha introyectado en sus mentes, las ha abducido y desde esta posesión va preparando el terreno para la configuración de una nueva y masiva Internacional: la de los resignados. Es la perfecta dominación: convertir a cada ser en su propio vigilante cuando no en verdugo.
Así, de esta manera, el concepto Modernidad que desde el Renacimiento significaba centralidad humana ha degenerado en una idea ligada a la cibernética, la ofimática o la comunicación paroxística. El paradigma es el del mono adiestrado.
Y si mis palabras resultan hirientes, exageradas o inconvenientes sugiero que se haga el ejercicio de retrotraerse veinte años atrás y a la luz del candoroso y lábil discurso europeísta de entonces contémplese la actual situación de la UE. Ni las ruinas de Itálica son comparables.

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Julio Anguita, excoordinador general de Izquierda Unida


Segunda entrega de una serie de ocho artículos en los que se sintetiza la intervención de Julio Anguita en el Ateneo de Madrid el pasado día 9 de Marzo.
En el artículo que abría esta serie mantenía que habíamos perdido una guerra. Lo cual no es grave del todo en la medida en que se sea consciente y al analizar las causas nos aprestemos a continuar el enfrentamiento multisecular. Pero situarse ante esta decisión supone (si se quiere ganar) conocer las causas profundas de la derrota, los errores, las ligerezas y las pérdidas de horizonte que han posibilitado la situación actual.
Enuncio que hemos sido derrotados porque globalmente a la lógica del sistema no hemos opuesto otra lógica alternativa con contenidos específicos en lo económico, social, político, cultural y de valores. El sistema es un todo en el que nosotros como ciudadanos estamos inmersos y reproducimos en aspectos que aparentemente no son inherentes a él. Es más, con bastante frecuencia la lucha en el terreno de lo económico social o político acepta valores, enunciados y lógicas que constituyen la esencia misma del sistema que decimos combatir.
La larga, heroica y también cainita historia de las Internacionales obreras ha dejado junto con sus azarosas vicisitudes un acervo de enseñanzas, valores y legados que durante un tiempo parecieron encarnarse en la creación de la URSS. Aquél Estado Obrero “por antonomasia” enfrentado a la tarea de construir otra sociedad  pero atendiendo a la necesidad de desarrollar una economía industrial que igualara a Occidente en condiciones internas y externas de adversidad extrema, se consolidó como fortaleza sitiada y referente para todo el proletariado mundial Lo específicamente ruso fue asimilado a la causa universal por la emancipación humana. Fue la consigna del socialismo en un solo país en cuya defensa los partidos hermanos  y las organizaciones obreras, debían subordinar sus intereses específicos: nacionales y de clase.
La desaparición de la URSS  fue el corolario de una serie de hitos que fueron jalonando su difícil desarrollo: guerra civil, stalinismo, II Guerra Mundial,  stajanovismo, Guerra Fría, elevación más que notable de la calidad de vida del pueblo, competencia con USA en el espacio, carrera de armamentos impuesta por los EEUU, etc. La famosa Perestroika no pasó de ser un producto de consumo externo para mayor gloria de un Mijail Gorbachov mimado y admirado fuera de su país. El coloso soviético murió de él mismo.
Los tiempos inmediatamente posteriores al fin el Estado Soviético vieron surgir lo que se ha llamado en calificar de Utopía de 1989. Sus esperanzados seguidores respondían a dos líneas de análisis, una conservadora representada por Fukuyama y su Fin de la Historia y la otra centrada en una revalorización de la tradición socialdemócrata. La lógica era impecable, desaparecido el espejismo comunista soviético quedaba la socialdemocracia como única referencia para la izquierda. En el saco de los vencidos se debían meter también a los demás partidos comunistas aunque algunos de ellos hubiesen demostrado hasta la saciedad su categoría intelectual y de movilización como el PCI, su entrega a los trabajadores como el PCF el PCP o su ejemplar lucha contra el franquismo y a favor de la Democracia como el PCE.
La socialdemocracia quedó pues como el último y único baluarte de la tradición obrera frente al capitalismo rampante y contraofensivo de la Thatcher, Reagan, etc. Una socialdemocracia que en el Congreso de Bad Godesberg ya en 1959 había sancionado su abandono del marxismo y su inserción en el reformismo. El horizonte de futuro se insertaba en un desarrollo del keynesianismo que condujo durante un tiempo al mantenimiento del llamado Estado de Bienestar.
Las sucesivas oleadas de crisis, a partir de la del petróleo de la década de los setenta, no han sido testigos del protagonismo del neoliberalismo en el abordaje de las mismas. El Acta Única Europea, el Tratado de Mäastricht y siguientes, el atlantismo, la refundación de la OTAN, las guerras de agresión contra Yugoslavia, Iraq, Libia, etc. no han sido sino exponentes de una visión aceptada ya por todos: la Globalización y su apéndice temporal, la Financiarización. Un camino jalonado por las nuevas aportaciones de Tony Giddens, Blair, Schöreder o González que bajo el supuesto de exigencias de la Modernidad anclaron en el sistema lo que todavía podía quedar de contestación y búsqueda de la alternativa al sistema.
Desde la China “comunista” hasta el Japón,  pasando por la India, los países BRIC y la UE, no hay poder que no haya asumido los conceptos Mercado, Competitividad y Crecimiento Sostenido como las verdades a las que todo, empezando por la Democracia, el Derecho, los DDHH, y las relaciones internacionales, deben someterse. Nadie lo ha expresado mejor que Tietmeyer, presidente del Bundesbank en la década de los noventa: Los políticos deben aprender a obedecer los dictados de los mercados.
 Los sindicatos que desde su fundación se incardinaban en la lucha emancipadora desde su carácter específico de frente de masas  enrolado desde las reivindicaciones más concretas, urgentes y cercanas, fueron derivando hacia meros gestores del día a día .Su tarea de defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores fue separándose del tronco común que los unía al frente político- ideológico. Al dejar las organizaciones políticas de ser referentes alternativos los sindicatos mantuvieron con ellas coyunturales alianzas para la única forma de lucha posible y aceptada: la electoral.
En esta hora en la que el sistema se ha mostrado claramente como incapaz de ser referencia para un mínimo proyecto de carácter humanizador los conflictos sociales se producen como consecuencia de la aplicación de aquellas medidas políticas que el ciudadano votante ha aprobado y que a la larga se muestran totalmente contrarias al mismo ciudadano en su calidad de trabajador y asalariado. Contradicción que se agrava en unos momentos en los que ya no es posible reivindicar más parte del pastel sino la participación en otro cualitativamente distinto.
Otras propuestas y proyectos de liberación que han ido surgiendo como consecuencia de los nuevos problemas y de las nuevas contradicciones que la industrialización y la permanente erosión de los equilibrios medioambientales han hecho surgir, constituyen hoy en día una referencia para la huida de la inmensa trampa del sistema. Pero no han conseguido ni por su lenguaje, ni por sus métodos de minorías de élite, calar en el río de las masas abducidas por la cultura televisiva alienante. Una ciudadanía que ya no encuentra en la sede sindical o política un centro para cultivarse, informarse o realizarse sino para preparar la rutina electoral y poco más
La experiencia que nos proporcionan tanto la UE como el euro me excusan de seguir relatando la historia de un proceso de renuncias inmerso en un cántico generalizado del apoliticismo, la rentabilidad, el consumismo o cuando no la cultura del pelotazo.
Es cierto que restan minorías, colectivos, vanguardias, e incluso momentos de lucha como los que vivimos ahora pero las referencias, lo valores, las propuestas liberadoras y sus organizaciones para el encuadramiento, la elevación del nivel cultural y de conciencia, parecen ausentes en esta cuestión.
Ha terminado un ciclo de la Historia, las palabras, mensajes y creaciones de Marx, Bakunin, Jaurés, Pablo Iglesias Rosa Luxemburgo, Lenin, etc. deben ser renovadas pero nunca en detrimento de su mensaje liberador.; sobre todo porque el tiempo ha demostrado que son difíciles de enterrar.
Desde la consideración y reflexión del por qué de la derrota podremos tomar la decisión de abrir de nuevo las hostilidades. No hay posibilidad de victoria si no se sabe por qué perdimos anteriormente.

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Julio Anguita, excoordinador general de Izquierda Unida
Tercera entrega de una serie de ocho artículos en los que se sintetiza la intervención de Julio Anguita en el Ateneo de Madrid el pasado día 9 de Marzo.
Quienes hayan leído mis dos artículos anteriores podrían ser inducidos a que, tras la derrota del pensamiento liberador clásico y conjuntamente con él la de las organizaciones que lo han sustentado y vertebrado, sería el neoliberalismo la única opción viable como propuesta de modelo de sociedad, habida cuenta de la hegemonía que sus valores y conceptos de política económica han alcanzado en el planeta. Muy al contrario, esa situación, lejos de constituir un opción medianamente válida no es otra cosa que la barbarie disfrazada de rigor económico. Dos ejemplos, uno basado en una experiencia personal y otro sacado de un texto ilustran el nivel de deformación de los grandes principios y las conquistas sociales conseguidas tras varios siglos de lucha.
En un debate habido en la Fundación Canal tuve como contradictor a Percival Manglano, Consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de Madrid. En un momento dado el señor Manglano mantuvo que la Democracia llevada hasta sus últimas consecuencias degenera en demagogia y populismo; en consecuencia el sistema democrático debiera tener unos elementos correctores que impidieran tal riesgo. Al preguntarle yo si se refería a las constituciones o al demos, me contestó que el elemento corrector por antonomasia era el mercado.
Gregorio Peces Barba mantiene en uno de sus escritos que el derecho al trabajo sólo puede ser cumplido si  coinciden en el mismo sujeto el defensor de ese derecho subjetivo y el empleador. Pero como tal enunciado podría llevar a conclusiones no queridas termina diciendo en referencia al artículo 35 de la actual constitución que debemos desembarazarnos de una promesa incumplida y de imposible cumplimiento, de una rémora, justificada en el pasado, pero que hoy  puede ser una gigantesca hipocresía.
El corolario de ambas opiniones es bastante claro: el actual sistema económico, considerado como único, inmutable y científico, se impone a las tradiciones democráticas, a las grandes conquistas políticas, económicas y sociales. De un plumazo son barridos la Declaración de DDHH y textos vinculantes derivados de ella, los derechos sociales y el propio Estado de Derecho. Cobran su exacto sentido las palabras de Hans Tietmeyer en 1994; el entonces presiente del Bundbesbank afirmó que los políticos deben aprender a obedecer los dictados de los mercados. Y en ese mismo sentido Alain MInc, dirigente empresarial y asesor de Sarkozy ha afirmado que el mercado es el estado natural de la sociedad, la democracia no.
Diariamente asistimos a los efectos de la aplicación de esta filosofía económica que se ha erigido en cosmovisión. Los resultados contables medidos a través de índices que en absoluto cuantifican o analizan la incidencia social de las medidas tomadas, se presentan como señales indiscutibles de la corrección de esta política. Pero además lo hacen con la pretensión de que esa línea de actuación es apolítica, aséptica, objetiva, científica.
La larga marcha de la humanidad desde los grandes momentos estelares de la Historia: Declaración de Independencia de EEUU, Revolución francesa, Internacionales obreras, Constitución de Weimar, Constitución soviética de 1936 o la anteriormente citada Declaración de Derechos de 1948 queda  olvidada y supuestamente superada por este estado de cosas.
El neoliberalismo rampante y sus políticas de toda índole, no pueden ser en absoluto los ejes sobre los que construir una sociedad moderna, democrática y justa. El que en estos momentos y pese a la crisis que es inherente a él mismo, aparezca como única opción viable no significa de ningún modo que deba ser aceptado o tolerado. Su rechazo, además de ser una cuestión de ética, racionalidad, libertad y justicia, lo es  también de supervivencia de la especie.

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