jueves, 12 de julio de 2012

Aplausos de sangre

En este país estamos hechos a la sangre.
A las 5 de muchas tardes de cada verano se escenifica sin cese el trágico ritual de la muerte reiterado y sediento, en los múltiples cosos taurinos de esta colonia de la barbarie.
Ayer en el Parlamento, el coso mayor de este reino desrreinado, no podía por menos que derramarse ovacionadamente también el vital elemento que aun nos quedaba.
La banda de los del 7, que presumen de moralidad cristiana, de verdad divina, de ostentar la derecha del Pater, rompianse las manos aclamando la faena de su maletilla. No fue otra que una determinante y ruinosa muerte perpetrada con cobardía. Su partener de lidia cayó ejecutado tras una serie de bajonazos de motosierra, mientras estaba atado de pies y manos.
El espectáculo servido por el matarife cosechaba a cada palabra el horror de sus oponentes, paralizaba a los que atónitos seguían la jugada a las puertas de la plaza, ultimaba el pulso de quienes estaban ayer en las últimas y... entre los suyos... entre los suyos cundía la chanza, el aplauso, el premio por no rajarse frente a la descarnicería diseñada.
Los colegas italianos, en las mismas circunstancias, con más o menos teatro optaron por la seriedad y las lágrimas, ya que a ellos algo se les moría también en el alma, elemento carente en nuestros obedientes sicarios.
Y así la costra pepera, superior en su mismidad al resto de mortales, sigue pisando con garbo, sin tan siquiera tener que ponerse el traje de campaña (bélica) y el bigotito, el margen del cuello de quienes creyeron poseer por fin la luz que las antorchas de sus ancestros con sangre encendieron.
DG

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