Estamos en guerra

Estamos en guerra. 

Insertos en una guerra asimétrica y marcada por unas reglas desiguales. 

Es una guerra invisibilizada a conciencia con una instigada velocidad mediática, del todo amoral, ruidosa, macabra.

Quienes han declarado la contienda a capricho, expertos en otras guerras, han mejorado sus estrategias bélicas hasta tal punto que han logrado convencer al contrincante, para más señas -la clase trabajadora, de que para nada está siendo devastado y que en todo caso, es plenamente responsable de causar baja  en el padrón de su pueblo. 

Para ganar o ganar han refinado sus prácticas. Han ideado un armamento inaudible e inodoro, con cabezas atómicamente descerebradas que siembran defunción allá por donde asoman. Curiosamente su metralla sólo es advertida si pega de lleno en el pecho o se te lleva una mano, una pierna, cualquier órgano vital que te incapacite para ser. Sino, los fogonazos televisivos, los anhelos comerciales y los discursos de humo político, opacan la lluvia de mortero de las baterías enemigas.

Mientras reparten impactos mantienen las apariencias del orden establecido al tiempo que violan reiteradamente la Constitución y conculcan los derechos adquiridos por las generaciones pasadas, esas que fueron capaces de infundir tal miedo en las clases oligárquicas que éstas aceptaron las concesiones sociales, educativas, sanitarias, que dieron pie al extinto estado del bienestar.

La población civil, falta de conciencia, no se mete en las trincheras, no recurre a los refugios ni a los burladeros y absorta recibe el chaparrón de recortes a pelo.

Lo que la siniestra opacidad de los despachos subestima es la capacidad popular de pasar siempre factura cuando tiene la certeza de  que ya nada puede perder. Ese día, comienzan a rodar las cabezas, los anillos y los títulos. 

Si ellos repiten la historia, nosotros no íbamos a ser menos.

DG