José Luis Sampedro: “Estamos viviendo un momento trágico, Wert es una amenaza para la educación española”
Escritor
y economista, sus conferencias literarias en la universidad, nos cuenta
un testigo, parecían conciertos de rock and roll por la afluencia y
entrega de los asistentes. En la actualidad, en medio de una crisis
económica y política de trascendencia histórica, su voz se alza como un
referente de quienes demandan cambios integrales en el sistema,
especialmente los jóvenes.
Al llegar a su casa, José Luis Sampedro
confiesa que ha tenido un mal día. Han estado a punto de llamar a
urgencias y suspender la entrevista, pero finalmente nos recibe. Está
fatigado y da la impresión de que repasar su vida le resulta aburrido,
pero es solo cansancio. En cuanto comenta la actualidad se enciende, le
brilla la mirada. Aprieta el bastón y sus palabras están llenas de
fuerza y determinación. Evoca con nostalgia ciertos valores perdidos,
pero a sus 96 años no puede esconder que lo que le estimula realmente es
mirar hacia delante.
Usted trabajó en la Universidad española, la británica y la estadounidense. ¿Qué diferencias encontró?
El ambiente y las condiciones de trabajo eran muy distintas. Se respiraba otro aire. Para
empezar, la educación en la España de aquella época obedecía a las
imposiciones de la Iglesia. Había clases de religión incluso en la
Universidad, en todos los cursos hasta el final. Era lo que se llamaban
las tres marías, la Formación Política, la Educación Física y la
Religión. Había que examinarse de esta durante muchos años, aunque,
afortunadamente, se tomaba a beneficio de inventario.
Otra
diferencia importante era la ratio profesor-alumno que nos permitía
conocer mejor a los alumnos, apoyarles, razonar con ellos y evaluar su
rendimiento con más conocimiento de causa. En
cuanto a la burocracia, también la había en la Universidad británica,
pero era más efectiva. Lo que en España tardaba meses en conseguirse, en
Inglaterra podía tardar lo mismo, pero la diferencia era que allí, tras
solicitarlo, solo había que esperar, mientras que en la Universidad
española era necesario insistir, volver una y otra vez sobre el asunto,
rellenar formularios nuevamente, estar pendiente del “¿cómo va lo mío?”;
una lata.
¿Cómo ve la educación actualmente en España?
Estamos
viviendo un momento trágico. El ministro actual es una amenaza para la
educación española. Es un hombre cuya política hay que definir como “de
Contrarreforma”. En la historia de España hay un momento en el siglo
XVI, cuando empiezan en Europa los protestantes, Lutero y demás, que se establece la Contrarreforma, como oposición al avance. Wert representa la Contrarreforma y con ella no es posible formar ciudadanos libres.
Es
significativo que recién nombrado no tardara en atacar y suprimir la
asignatura de Educación de la Ciudadanía, introducida en la etapa del
Gobierno socialista, argumentando que era adoctrinante. Bueno, en
la vida social todo es adoctrinante, con todos los gestos que hacemos
nos adoctrinamos unos a otros. Pero, este señor, que se quejaba de lo
adoctrinante de la asignatura, no impide que en las escuelas públicas se
imparta religión. El ministro no considera adoctrinante la doctrina que
imparte el cura (valga la redundancia). Para más inri, los profesores
de religión son nombrados por el obispado, pero pagados con el dinero de
todos los españoles, del Estado supuestamente aconfesional, en un país
en el que solo el 27% va a misa los domingos.
Lo
que en verdad se persigue con ello es potenciar la fe sobre la razón,
inculcar la fe desde la infancia, incapacitar a la gente a pensar fuera
de ese marco. Así consiguen que prevalezca el dominio de la Iglesia. Y
es lo que ahora quieren reforzar con la inestimable colaboración del
señor Wert. Un ministro partidario de la separación de sexos en los
colegios, de educar separadamente a niños y niñas. ¿Acaso la educación
no es prepararse para la vida? En la vida futura hombres y mujeres se
van a relacionar, en el trabajo, en la calle, en todas partes. Entonces,
¿por qué prepararlos para tratarse unos a otros con naturalidad y
combatiendo la violencia de género? Induce a pensar que se trata de
favorecer a los colegios religiosos con subvenciones públicas que
separan a los niños y a las niñas.
Mire,
estamos en un momento en el que se está hablando de muchos problemas.
Pues el más grave hoy es el Ministerio de Educación. Con sus recortes e
insensibilidad se priva a los niños menos favorecidos de oportunidades,
de horas de estudio, de clases, de aulas y profesores de apoyo. Se está
castrando la inteligencia de esos chicos cerrándoles las puertas para el
futuro mientras se favorece la enseñanza religiosa con dinero laico. Lo
que hay en este momento es absolutamente rechazable, tenemos un
Gobierno que no hay por dónde cogerlo. Y lo que más me preocupa es la
educación. Hay que aprender a pensar en libertad porque si no se piensa
en libertad, no hay demócratas. Y si no hay demócratas, no hay
democracia. Es así.
Lo que ha quedado claro es que logros sociales que parecían consolidados en realidad eran muy frágiles.
Lo
que demuestra es que no hay democracia, que el déficit democrático es
grande. Democracia quiere decir gobierno del pueblo y por el pueblo. En
democracia la ciudadanía tiene voz y voto. Aquí solo hay voto una vez
cada cuatro años, un voto más condicionado por la manipulación mediática
que por la educación. Ahora mismo, vemos al pueblo en las calles
manifestándose; jueces, médicos, mineros, funcionarios, discapacitados,
parados, desahuciados, estafados por las preferentes, todos en contra de
las medidas gubernamentales, pidiendo la dimisión de ministros que
están arruinando la sanidad y educación públicas, mientras el Gobierno,
representante oficial del pueblo, en vez de escuchar las peticiones de
sus ciudadanos, está apoyando a los financieros, a los bancos que tienen
el poder y el dinero. Todo lo contrario de una democracia; aquí no
manda el pueblo, mandan los dueños del poder económico. En 2002, cuando
muchos economistas cantaban las virtudes de la globalización ya advertí
en mi libro El mercado y la globalización que esa mal llamada
globalización era ceder el poder político de la democracia a los
financieros. Y es lo que ha pasado. Son los amos. Votamos a políticos y
mandan los financieros.
El
sistema ha perdido el respeto a todos los valores, a la dignidad, la
solidaridad, se aplican diferentes varas de medir, según de quién se
trate. Se exige a los cubanos la aplicación de los derechos humanos. ¿Y
Guantánamo? ¿Y los campos de concentración rusos en el Ártico? ¡Ah! Eso
no es nada contra los derechos humanos. Resulta que todo es mentira.
Todo depende de si Corea es del Sur, que entonces puede tener armas
atómicas porque es amiga de casa, pero si es del Norte, no puede tener
armas atómicas porque no es amiga de casa ¡Claro! Esta es la
descomposición de un sistema. Se ha terminado la época histórica del
capitalismo, que empieza en el siglo XVI, más o menos, y se acaba ahora,
que vamos a otra cosa.
Tras
el hundimiento del comunismo y la pérdida del poder político que tenía,
ha quedado solo el poder capitalista. En el fondo el comunismo era un
capitalismo de estado, pero bueno, ese es otro tema. Ahora, a lo que voy
es a que solo han quedado las potencias capitalistas, sin el contrapeso
del otro bloque, lo que aceleró la caída hacia la barbarie. En el año
2000 en Estados Unidos se frotaban las manos pensando que eran el nuevo
Imperio romano de hoy, con su emperador… Pero sorprendidos al año
siguiente con el hundimiento de las torres de Nueva York, empezó a
pensarse de otra manera. Vino el problema de Iraq, que fue una
barbaridad. En 2003 se bombardeó un país indefenso entero durante un
mes, so pretexto de combatir el terrorismo, mintiendo descaradamente a
la población acerca de unas supuestas armas químicas. Aquello fue lo que
se llama técnicamente un delito de lesa humanidad, que no ha prescrito.
Se puede perseguir todavía a Bush, Aznar y Blair. Lo que hay ahora es la barbarie.
[En
las preguntas sobre el bloque comunista, Olga Lucas, la mujer de José
Luis, interviene para darle un respiro y resume así la cuestión]:
No
se puede juzgar a los regímenes comunistas, que no llegaron a ser
comunistas, que lo intentaron y fracasaron porque desde antes incluso de
proclamarse ya estaban rodeados de enemigos. La Unión Soviética tenía
veintidós países atacándola nada más empezar. Y lo mismo pasa con Cuba.
¿Cómo hubiera sido Cuba sin el boicot, el embargo que la lanzó a los
brazos de la URSS? Falta saber si el experimento hubiera podido llegar
al comunismo con todos los países intentándolo a la vez o dejando en paz
al que lo quisiera hacer. Porque si a ti te meten los enemigos en casa,
acabas viéndolos hasta en la sopa y acabas persiguiendo a tu compañero.
Siempre me he preguntado qué hubiera pasado si esas experiencias
hubieran tenido lugar en condiciones normales. Es como los gérmenes, si
el caldo de cultivo está hecho para que proliferen, habrá más infección
que si hay asepsia.
Creo
que no tienen fuerza moral para criticar lo que ha pasado con el
comunismo los que han hecho todo lo posible para que fracase, con
independencia de que nosotros tengamos un sentido crítico. Sé de lo que
hablo: en los países del Este, mi familia fue acusada de titista,
me pasé cinco años sin poder ver a mi padre por las “sanciones”
impuestas a mis padres porque mi familia ha tenido la virtud de estar
siempre en el bando perdedor. Perseguidos por los fascistas, por los
estalinistas o por los más papistas que el papa. Habiendo sufrido las
consecuencias estalinistas, me considero con fuerza moral para criticar,
pero no se la concedo ni a los que hablan por hablar ni mucho menos a
los que han contribuido a que esos regímenes degeneraran. Y luego están
las dos varas de medir: por ejemplo tienes a Cuba al lado de Haití. A
Cuba se la condena por infringir los derechos humanos y Haití, a lo que
se ve, los respeta, cuando para mí el primer derecho humano es el
derecho a la comida y el segundo la salud y educación, por no mencionar a
China o cualquier otro ejemplo.
José Luis, ha comentado en alguna ocasión que rechaza la existencia de Dios con la Biblia en la mano.
Léase
los cinco primeros capítulos del Génesis. Se va a encontrar con lo
siguiente: Primer capítulo, Dios crea el mundo. ¿Y cómo? Hágase la luz,
hágase el agua. Apártense los animales de tierra de los otros, y luego
llega y hace al hombre. Pero al hombre no lo hace diciendo: hágase el
hombre. No, ahí Dios ya parece un personaje distinto. Otro dios
distinto, porque parece que se arremanga y al hombre lo modela él. Coge
barro y hace el modelo. Ya es una cosa tan extraordinaria que cambie de
sistema que te preguntas ¿y a qué viene? Luego se queda mirando al
muñeco, le ve la entrepierna y dice: “¡Anda! aquí me he pasado, he
puesto un adorno que no sé para qué sirve, esto no se puede dejar así”.
Entonces dice, según la Biblia: “¡No es bueno que el hombre esté solo!” Y
así decide construir a Eva, pero para hacerla busca un material. Él,
que ha creado el universo entero con todos los cientos de miles de
materiales que hay, no encuentra ninguno adecuado, ni siquiera el barro
del que ha hecho el hombre le sirve para Eva. Lo que hace es sacarle al
hombre una costilla. ¡Mira qué idea! Y la modela hasta que se transforma
en Eva. Y bueno, se supone que luego le metería otra costilla dentro al
hombre, que tiene un número par de costillas. En fin, es una historia
tan inverosímil, tan incongruente, tan absurda, que dices: bueno, ¿esto a
qué viene? Ah, viene para decir luego que el hombre es un ser
absolutamente excepcional, que está por encima del mundo mismo. Porque
el hombre tiene alma. En ese mismo pasaje dice que Dios, después de
construir el muñeco, insufla el alma por la boca. Entonces, claro, hay
ahí un ser que está por encima del universo porque en el universo nada
es inmortal, nada tiene alma, solamente el hombre. Por tanto, de ahí
viene la idea que nos dicen en las escuelas, que el hombre es el señor
de la Tierra, Dios creó la Tierra para él, tiene derecho a organizarla,
etcétera, de ahí viene todo.
Pero
yo eso no me lo puedo creer. No puedo comprender cómo se acepta un
relato tan incongruente y tan inexplicable. Viene el teólogo y te dice:
ay, hijo mío, cómo quieres comprender con tu limitada inteligencia los
fines de Dios. A lo que yo digo: bueno, mi inteligencia será limitada,
pero es la que me ha otorgado el mismo Dios. Si quiere que le comprenda,
que me la mejore. Y si no, me conformaré con la que me ha dado. Y con
esta, la forma de crear al hombre y al mundo no me parece razonable.
Además,
luego, por si fuera poco, la Iglesia explica una cosa que no se dice en
la Biblia, pero que los catecismos clásicos, el del padre Astete y el del padre Ripalda,
los que yo he estudiado de niño, dicen: ¿Para qué nos creó Dios? Y en
los dos se contesta: “para adorarle, servirle en esta vida y después
gozarle en la otra”. Vamos a dejar por ahora lo de la otra vida. ¿Servir
a Dios? Pero bueno, ¿Dios necesita que le sirvan? ¿Es que le falta
algo? ¿Acaso necesita algo? Si necesita algo, ¿no lo puede obtener?
Siendo Dios, antes de que lo pida, de que se le ocurra siquiera, ya lo
tiene ahí. Y adorarle. ¡Ah! ¿Qué quiere decir adorarle? Que se le esté
diciendo repetidamente “¡Grande eres Señor Dios de los Ejércitos del
Cielo de la Tierra, grande es tu poder, grande es tu grandeza, tu
benevolencia!”. Quiere que estén cantándole todo eso y para eso crea a
un personaje tan infinitamente pequeño como el hombre, que es un
renacuajo en la inmensidad del cosmos, y Dios se siente tan feliz
oyéndole. Pero bueno, eso es tener una idea de Dios de emperador romano.
Tener una cohorte de aduladores que le diga ¡Oh, Majestad! Pero eso no
es propio de un dios. Un dios no necesita que le alaben.
La
llamada religión católica es realmente una religión judeocristiana, la
mayor parte de la Biblia es de inspiración judía. Después viene Cristo,
cuya figura es discutible, pero todo eso es una mitología. Igual que la
mitología griega con Zeus y Hércules. Eso lo definió muy bien Freud,
al afirmar que las religiones son “delirios colectivos”. Y, en efecto,
son delirios colectivos, lo mismo que son delirios colectivos ciertas
ideologías políticas y ciertas maneras de entender la utopía, lo mismo
que son delirios colectivos ciertos movimientos artísticos que si
consigues que la gente se los crea, se traga lo que sea.
Cambiando de tema, hizo la Guerra Civil con los anarquistas primero y con los nacionales después.
A
mí me movilizaron. Yo era un chico que estudiaba y me mandaron con
siete u ocho compañeros a un batallón anarquista a cubrir bajas. Pero
resultó que era una gente estupenda. Me fascinaron, me dejaron encantado
de la vida. Tenían principios éticos muy notables, muy sólidos, y me
dieron unas lecciones de política y de una manera de vivir que a mí no
me había sugerido nadie nunca.
Pero
el ambiente era aterrador. Recuerdo el momento de mi incorporación a
filas: llegamos de noche al campamento donde estaban acantonados los
soldados. Un escenario que daba miedo: noche en la alta montaña, en las
alturas de Santander y yo tenía solo 19 años. A la mañana siguiente yo,
que madrugo mucho, me levanté y salí. Había un regato de aguas y fui a
lavarme. Entonces apareció un viejo anarquista —la mayoría eran hombres
mayores, de 30 o 40 años en adelante—, se acercó y me dijo: “Hombre, tú
eres de los chicos que han llegado anoche”. Y dije: “Sí, señor”. A lo
que me contestó: “Aquí no hay señor, aquí no tenemos ni dios ni amo”.
Aquello en ese momento me chocó muchísimo, pero más tarde me parecieron
muy bien las dos cosas. Y a continuación me advirtió: “Bueno, tú si te
piensas pasar al enemigo, ten cuidado porque si te vemos, te pegamos un
tiro”. Yo que, efectivamente, había llegado ahí con la intención de
pasarme, porque tenía en la cabeza la idea de orden y todo eso, le
contesté: “No, yo cómo me voy a pasar”. Y él: “Anda, anda, tú con esas
manos…, tú tienes que ser de los otros”. —“Mire usted, yo no soy de
nadie” —repliqué— “yo no he hecho nada más que estudiar, no pienso hacer
nada, acataré las órdenes y se acabó”. —“Bueno, si eres buen chico, nos
llevaremos bien”. Y efectivamente, nos llevamos muy bien. Era gente
asombrosa. De una energía, de una rectitud, de una ética que he visto en
pocas ocasiones.
Me
quería pasar, simplemente, porque mi familia quedó dividida entre una
zona y otra. Yo estaba en Santander, que era una zona republicana del
Norte, donde se habían cometido asesinatos, se había matado gente y se
habían hecho cosas que a mí me parecían mal. Y como, según las noticias
que tenía, parecía que el orden, el respeto, la creencia en Dios y en
los valores que me habían sido inculcados, estaban del otro lado, pues
yo, sin formación política alguna todavía, pensaba que allí estaban los
míos, que allí estaba el bien. Luego descubrí que no era así. Cuando
llegó el mes de agosto del año siguiente, el 37, y los militares
nacionales ocuparon Santander, pude a ver cómo se asesinaba y se mataba.
Comprendí muchas cosas. A los reclutas nos cogieron prisioneros. Como
yo no tenía ningún antecedente político de nada, como solo me habían
reclutado, me movilizaron también los otros. Dejamos un fusil
republicano para coger un fusil franquista. Los soldados reclutados
éramos más o menos iguales en todas partes. No había mucho contraste.
Después, por mi condición de funcionario de aduanas, me hicieron cabo
interino, me encargaron cosas de contabilidad y secretaría y me libré un
poco de las obligaciones militares propiamente dichas.
De ahí a terminar trabajando en el Plan de Estabilización de la economía española de los años 50.
El
clima de posguerra fue terrible. Vivíamos con una cartilla de
racionamiento, había censura previa de todo, no se podía leer más que lo
que permitían. En cuanto pude, pedí traslado a Madrid para poder
estudiar. Así, en los años 50, ya había terminado la carrera de
Económicas. Por estas fechas se produjeron las dificultades económicas
más graves, hasta con problemas de escasez que obligaron a España a
abrirse, pese a las diferencias políticas. Se iniciaron relaciones con
Francia y un funcionario del Banco de España, Juan Sardá,
que era un funcionario ya experimentado de la época de la República,
consiguió relacionar a los economistas de la OCDE con el Ministerio de
Hacienda español. Sardá dirigió una comisión encargada de las relaciones
económicas de España con el resto de Europa. Esa comisión estaba
compuesta por funcionarios de distintos ministerios y durante unos cinco
o seis años yo formé parte de ella con una participación activa en
representación del Ministerio de Hacienda. Naturalmente me hice
europeísta enseguida. Me refiero al ideal de una Europa unida que
teníamos entonces y que, en el caso de los españoles, además, nos
proporcionaba la esperanza de acabar con el franquismo.
Y ahora los problemas de soberanía que tenemos con la troika, el rescate…
¿Quién
tiene hoy soberanía? ¿Qué país se cree independiente? Ni Estados Unidos
es independiente. En el mundo actual no hay esas independencias, hay
interdependencias, pero no hay independencias. Aquello de un país con
sus fronteras y su castillo es ya el pasado.
Volviendo
a Europa: desde hace mucho tiempo estoy diciendo que a base de
austeridad no se gana nada. Si impones austeridad para pagar lo que
debes, pero al mismo tiempo trabajas para crear riqueza, vale; en caso
contrario, como se viene haciendo, no solo no arreglas nada, sino que lo
empeoras. El Gobierno español lleva un año sin hacer nada más que
recortar, ¡austeridad, austeridad! Con eso nos hundimos cada vez más. Y
lo mismo han hecho otros países, incluso Francia, con matices y
diferencias, también se encamina a lo mismo.
Lo
único que sabe hacer este sistema es comprar la publicidad, comprar con
dinero lo que quiere conseguir y quedarse con el beneficio para ellos. Y
educar a la gente para que sean productores, técnicos, buenos
servidores, consumidores que se presten mucho a las especulaciones del
mercado. Pero eso se va a extinguir. Ya no estamos en 1900. Es otra
vida.
El
sistema ya no tiene ideas frente a las novedades. No sabe utilizar
Internet como se podría y debería utilizar, no se ha adaptado a las
formas nuevas de comunicación, solo gestiona formas elementales. Se han
inventado muchas cosas en los últimos cien años que el sistema todavía
no ha asimilado. Con Internet pasa algo parecido a lo que ocurrió en el
siglo XV con inventos como la imprenta, por ejemplo, que condujo a un
mundo distinto. Ahora pasa algo parecido: nuevas técnicas, nuevas formas
de trabajo, nuevas formas de asociación, videoconferencias,
teletrabajo. El trabajo se puede organizar sin necesidad de movilizar
todos los días setecientos mil automóviles. Estamos ante cambios
sustanciales aún por asimilar que pueden llevarnos tanto a barbaridades
como a organizar la vida de un modo más humano, racional y equitativo.
Se dice “otro mundo es posible”, a lo cual yo siempre he opuesto “otro
mundo es seguro”. Mejor o peor, dependerá de nosotros, pero la vida es
cambio.
Ha
calificado a los partidos políticos de “zarandajas”, pero si queremos
un cambio, ¿quién va a escribir las leyes que lo provoquen? ¿Qué
alternativa hay?
Las
alternativas se están inventando ya. Yo no estoy al día porque no uso
el ordenador. Cuando se impuso, yo dije: “a mí esto no me interesa, me
voy a morir pronto y no pienso aprenderlo”. No entiendo nada de eso que
llaman Twitter y demás, pero me doy cuenta de que, gracias a la red, se
están desarrollando otras formas de agregación social, formas
espontáneas de relación y de movilización social. Actualmente las
comunicaciones permiten convocar una reunión, una protesta con
inmediatez; con eso del “pásalo”, se están creando formas de asociación
diferentes superando a los sindicatos clásicos, que tienen el lastre de
la poltrona, de negociaciones y pactos no siempre explicados ni
entendidos. En cambio, estas otras asociaciones, las de las mareas, son
otra cosa. Los de la sanidad, los de la educación, todas estas
manifestaciones son cosas que los sindicatos no han sabido organizar con
esa fuerza. Vemos cómo los sindicatos y los partidos, en lugar de
orientar o guiar, van a remolque de las reacciones ciudadanas. Estamos
en un momento de cambio social, de mentalidad diferente, de vuelta a
valores de solidaridad frente al lema “el dinero lo compra todo”. Como
decía Marx, el capitalismo lo convierte todo en
mercancía, pero con la contestación social, parece que está surgiendo
otra cosa. No sé cómo será ni qué será. Pero se vislumbra otro sistema.
Pero
por ahora a lo que vamos inequívocamente es a una transformación
económica sin precedentes, cuantos más recortes, menos poder
adquisitivo. No hace falta ser experto en economía para ver eso. ¿O es
distinto?
Veremos
en qué acaba. Con las movilizaciones se están consiguiendo algunas
cosas. Pocas, pero en cierto modo, nos indican el camino. Por ejemplo,
se han parado varios desahucios; se ha obligado al PP a aceptar la ILP
firmada por millón y medio de ciudadanos en apoyo a las reivindicaciones
de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas; el Hospital de la
Princesa, finalmente, ni se cierra ni se regala al amigo de turno; el
ministro de Justicia se ve obligado a rectificar, aunque sea
parcialmente, en el tema de las tasas. Y, si bien parece más difícil,
espero que, más pronto que tarde, también el ministro de Cultura ceda un
poco y se pueda mejorar algo su nefasta ley. Ya sé, todo esto es poca
cosa, pero por algo se empieza. La gente se está dando cuenta de que
todos estos movimientos tienen algún resultado. Más o menos, pero van
teniendo sus resultado. Y la actitud que vemos hoy hasta en las caras de
los gobernantes ya no es la misma que al inicio de su mandato, cuando
anunciaban los recortes riéndose y nos lanzaban mensajes tan educados
como el “que se jodan”. Seguramente lo siguen pensando, pero se van
dando cuenta de que su poder no es tan absoluto como ellos se creían. De
modo que algo habrá. De los gremios surgieron los sindicatos y eran
otra cosa, quién sabe qué surgirá de los sindicatos en un futuro.
Lo
que más domina a la gente es el miedo y se trata de que el miedo cambie
de bando, que lo tengan ellos. Y algo debe ir en esa dirección cuando
los políticos no admiten preguntas en las ruedas de prensa, cuando el
presidente del Gobierno ha llegado a dar una incluso en diferido, dicho
sea de paso, igual que los finiquitos en su partido. Pero ahí tengo que
añadir otra cosa: se ha perdido mucho el sentido de la dignidad. No
entiendo cómo lo toleran los periodistas. Supongo que también por miedo.
He
visto en la hemeroteca que al principio el Gobierno de Esperanza
Aguirre en Madrid tuvo problemas con las asociaciones vecinales y
proclamaba el contradictorio razonamiento de que estas no iban a tener
más derechos que otros ciudadanos. Parece que el poder ve la figura del
ciudadano organizado como un claro enemigo.
Las
asociaciones de vecinos tuvieron un papel muy importante en la llamada
Transición e hicieron bastantes cosas, por eso ya las machacaron incluso
antes. Porque eso era pensar en libertad.
Un
ejemplo paradigmático es el caso de Sintel. Los propios sindicatos
acabaron abandonándolos porque las cúpulas jamás soportan que la base se
organice, tenga sus ideas, que se lo monte bien y tenga éxito. Lo digo,
además, como presidente honorario de Sintratel. Cuando estaban con su
acampada en la Castellana, fui a verles y simpaticé enormemente con
aquella gente. Estuve ahí con ellos. Entonces ya era cardíaco y uno de
los días que fui me puse malo en el campamento. Se volcaron,
agradecieron mi esfuerzo y mi gesto hacia ellos siempre con una lealtad y
un cariño extraordinario. Luego he escrito artículos en su favor. Me he
solidarizado con ellos porque eso era verdad. Eso era auténticamente
verdad, aquellas cabañas, donde fui a tomar café. Me guardan un cariño y
yo a ellos… eso es humano. Cada vez me siento más hombre de pueblo. De
gente de corazón y de honradez.
[Mira
a Olga Lucas y ella nuevamente le da un respiro rememorando por él sus
vivencias con los trabajadores de Sintel y después Sintratel]:
Nosotros
fuimos allí sin más. Se habían acostumbrado a que fueran famosos, con
prensa y fotógrafos, que les venían bien para la publicidad. Pero
nosotros llegamos solos, preguntamos quién era el encargado de la
acampada porque queríamos colaborar económicamente, y entonces alguien
dijo ¡pero si es Sampedro, si no hemos avisado a la prensa! Y dijimos
que solo queríamos colaborar, aportar algo de dinero, nada más. Les
llegó al alma que fuera algo normal. Fuimos varias veces, siempre que
podíamos, fuera de focos, sin avisar ni nada. Pasábamos por ahí y les
saludábamos como quien visita a un amigo por sorpresa. Y lo han
agradecido muchísimo.
Y,
sobre todo, agradecieron que no les diéramos la espalda, después,
cuando tras levantar el campamento, les traicionaron, tanto el Gobierno
como sus propias cúpulas sindicales. José Luis escribió a los grupos
parlamentarios para que les escucharan y el único que le contestó fue Gaspar Llamazares.
Los socialistas dieron la callada por respuesta, ni un acuse de recibo
por mera cortesía y respeto a la figura de José Luis Sampedro. Ni
siquiera para decirle “agradecemos su interés pero no está usted bien
informado”. ¡Simplemente se les dejó tirados! Fuimos muy pocos los que
permanecimos fieles a su causa. Por eso ellos le aprecian tanto, porque
fue de los poquísimos que no les cerró las puertas cuando ya pasaron “de
moda”.
Ahora
que se cuestiona la calidad de la democracia española, ¿a usted no le
da algún tipo de reparo pensar que fue elegido senador por designación
del rey?
No…
Yo, entonces no tenía ninguna relación con la casa real ni pertenecía a
ningún partido, por lo que la llamada del rey me sorprendió. Cuando
llamó a casa y descolgué el teléfono me quedé estupefacto. Por un
instante dudé de si no me estarían gastando una broma, pero no, su voz
era perfectamente reconocible. Me dijo algo así: “Soy el rey, tengo que
designar a unos cuarenta senadores (ya no me acuerdo de la cifra exacta)
para las Cortes Constituyentes y he pensado en usted”. Naturalmente,
empecé negándome, porque no me interesaba. Nunca me ha dado por la
política activa. No me atraía nada, me distraía de mis cosas. Me resistí
mucho, pero él me insistió. Al final, ya para no ser descortés, le dije
que iba a pensarlo, pero no disponía de tiempo; era media tarde y él
tenía que entregar la lista a tiempo para el telediario de las nueve. En
ese momento recordé una frase de un amigo mío: “Si te dan un martillo,
ponte a clavar”, y acepté pensando en que, después de todo, si no era
capaz de clavar ni un solo clavo, siempre podría renunciar.
El Senado tuvo sus aspectos divertidos. Hubo buenos momentos. Conocí, además, a gente interesante, me acuerdo de Juan María Bandrés,
por ejemplo, y otros personajes que venían de la izquierda, la tolerada
entonces, que decían cosas sugerentes. Pero tras el período
constituyente lo dejé. Cuando se disolvieron las Cortes y se convocaron
elecciones el PSOE me ofreció presentarme como independiente en la lista
por Madrid, pero dije que no. A mí la carrera política ni me interesaba
entonces ni me ha interesado después.
Mi
interés por la política es en el sentido original del término, como
ciudadano preocupado por los asuntos de la polis, pero no sirvo para la
práctica de la política activa, para estar sujeto a una disciplina de
partido, supeditar mis palabras en función de lo que da o resta votos.
Me ha gustado siempre la independencia y mi autonomía personal a la hora
de solidarizarme y apoyar causas que considero justas. Lo que
comúnmente se entiende por éxito político no me atrae nada. Me han
ofrecido cargos, algunos de alto nivel y bien remunerados, y siempre he
dicho que no.
Tengo
entendido que para escribir sus novelas tenía que levantarse de
madrugada todos los días, que se documentaba durante años para cada
libro. Todo eso sin un éxito que le llegó mucho tiempo después. ¿Concibe
la escritura como algo, digamos, épico? ¿Una labor solitaria y heroica,
al margen del reconocimiento que le puedan dar a uno?
He
madrugado mucho toda mi vida. Empecé a escribir, a tener ganas de
escribir, en Aranjuez. Porque me hacía ilusión. Pero cuando empecé a
escribir en serio fue durante la guerra, empecé a pergeñar una novela, La Estatua de Adolfo Espejo,
que terminé en el 39 o 40. Y efectivamente, en Madrid, me levantaba
entre las cuatro y las seis y escribía hasta las ocho o las nueve que me
iba al Ministerio. Trabajé muchísimo, pero la literatura siempre tuvo
su lugar a una hora temprana porque es cuando tenía más ideas. Y ya
agotadas, me iba a la calle a ganarme el pan.
Para
documentarme he leído mucho. Cuando digo que Laureliano entró con la
reina Cenobia, por ejemplo, es que lo he leído. Cuando describo la
Alejandría de aquella época, previamente me he ido al Museo Arqueológico
Nacional, he conocido al director, me ha enseñado planos. Me han
enseñado mucho muchísima gente. Yo necesito documentarme porque así me
creo mejor lo que invento e inserto lo que realmente pasó. Introduzco mi
historia y mis personajes en lo que pasó de verdad.
Para otra de mis novelas, Octubre, octubre,
tuve una ocurrencia. Yo quería tener una idea de cómo vivía la gente
del barrio de Madrid sobre el que yo escribía. En aquella época daba
clases de doctorado en la facultad y como siempre me ha gustado preparar
a conciencia mis clases, tenía la costumbre de entrar en un bar cercano
a repasar mis papeles tomando un café. Me di cuenta de que en la mesa
de al lado, a esa hora en la que no había casi nadie, se juntaban cuatro
o cinco mujeres del barrio, de esas que hoy algunos llamarían
“marujas”, que se reunían para hablar de lo suyo. Decían cosas muy
interesantes para la novela que estaba escribiendo. Naturalmente, no
podía meterme, sin más, en su conversación que, además, hubiera dejado
de ser espontánea. Entonces recurrí al truco de fingirme sordo. Me
compré en el Rastro un audífono bien visible. Aún no se habían
comercializado estos tan discretos, con los aparatos de antes la sordera
no se disimulaba. Así, cuando llegaba allí con el aparatoso audífono
puesto, me sentaba en una mesa cerca de las señoras, sacaba mis apuntes y
me quitaba el audífono simulando ser un sordo concentrado en sus
papeles. Ellas, al pensar que no me enteraba de nada, no bajaban la voz y
charlaban tranquilamente de problemas domésticos, de riñas, de los
maridos. Criticaban a sus maridos, a sus hijos, a las vecinas. Algunas,
muy castizas, tenían mucha gracia en sus expresiones. Todo aquello me
resultó de gran utilidad para describir a los habitantes del barrio.
Bueno, son inventos, trucos, como el que se disfraza de algo para
meterse entre gente y estudiarla. Trucos de antropólogo. Cada maestrillo
tiene su librillo.
Pero, efectivamente, durante cuarenta años, escribí sin ser conocido por el gran público. Octubre, octubre marcó un hito, y luego La sonrisa etrusca fue
el primer libro de lo que podríamos llamar éxito. A partir de ahí, sí
se puede decir que soy un escritor con éxito de ventas relativo. Quiero
decir que sí, que mis libros se venden, no me puedo quejar, pero tampoco
soy de esos que venden sus libros por millones. Durante las décadas en
que ni era conocido ni vivía de la literatura nunca trabajé buscando
fama, gloria y mucho menos para ganar dinero o llamar la atención de los
críticos. Trabajaba para explorarme a mí mismo, para explorar a los
demás y para quedarme satisfecho con lo que yo descubría. Lo he resumido
alguna vez con la expresión “ser arqueólogo de uno mismo”, “hacerse a
uno mismo”. Y, aunque la literatura no es la única vía para ello, es la
que yo he necesitado.
Habla a menudo de eso, del “autoaprendizaje” como forma de vida.
Yo
comparo la educación con un árbol. Parte de una semilla, y en ella hay
unas potencialidades, lo mismo que el hombre nace con unas
potencialidades en los genes. Luego esas potencialidades se verán
reforzadas o dificultadas, o complementadas dependiendo de las
circunstancias en que se nace y se crece. Pero dentro de esas
condiciones impuesas por nuestro origen y el mundo que nos rodea,
podemos tomar decisiones y elegir un camino u otro. Muchas veces se dice
que no tenemos libertad porque dependemos de muchas cosas, es cierto,
pero también hay un margen para nuestras propias decisiones y
elecciones. Podemos elegir entre depender de unas circunstancias o de
otras, ser colaborador de una cosa o de otra, es decir, puedes ir
conformándote.
La tarea de uno, como digo desde esa primera novelita que he citado antes, La estatua de Adolfo Espejo,
es hacerse uno quien es. Yo estaba en aquellos tiempos, el año 37, muy
satisfecho por tan gran descubrimiento, pero luego me enteré de que
hacía 2000 años que esto ya lo sabían los griegos. Pero bueno, en ese
momento yo descubrí el Mediterráneo y ya es una gran cosa descubrir el
Mediterráneo. Aunque otros lo hayan descubierto antes, la satisfacción
de tu propia revelación no te la quita nadie.
¿Y
quién es uno? Pues no se sabe muy bien. Porque como uno se va haciendo a
lo largo de la vida, va cambiando de una manera o de otra. Pero en el
interior de cada uno, siempre que se haya aprendido a pensar libremente,
hay una especie de brújula que, si bien muchas veces no nos dice lo que
tenemos que hacer, casi siempre nos dice lo que no tenemos que hacer. Y
esa voz interior hay que saber escucharla. Uno va andando, vacilando,
dice: voy a ir por aquí, y se encuentra con que la brújula le dice que
no. Y así, titubeando, llega uno a los 96 años. A mí me preguntan ¿qué
piensa usted de usted mismo? Pues que he llegado a ser un aprendiz de mí
mismo bastante bueno. Me parezco bastante a lo que yo quería hacer con
José Luis Sampedro. No es una gran cosa, ni mucho menos, pero para mí
significa mucho llegar a ser lo más parecido a lo que quería ser.
La
vida que me dieron la he desarrollado, la he cultivado, he trabajado
para ella y por ella. He sido un buen servidor de esa vida sirviéndome a
mí mismo. Bueno, pues eso es la vida, hacerse quien es uno, y ya está. Y
ahora se me acaba y lo acepto tranquilamente. Tengo la suerte de que
para este último tramo no puedo pedir mejor compañía que la de Olga. Le
debo todo. Todas mis comodidades, todas mis ventajas, todos los cuidados
que exige mi estado y ella me los dispensa sonriendo. En esas
condiciones, ¿qué voy a pedir? A estas alturas, solo pido acabar con
suavidad. Aterrizar con dignidad, sin estrellarme.
Fotografía: Fran Ferrer
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