por LARA SÁNCHEZ
Hace ochenta años que el nazismo demostró ser un movimiento eficaz y
preciso, como el mejor mecanismo de reloj, a la hora de eliminar a quien
representara una amenaza o crítica al nuevo régimen todopoderoso. A
partir de enero de 1933, cuando el poder económico piensa en Hitler
como en Canciller manejable, un fuego cegador creció veloz para aislar a
librepensadores, creadores, vecinos, ciudadanos y a creyentes –sobre
todo judíos–, con la vista puesta en la reducción a cenizas de la
tradicional Europa. Se ve en El pianista,
la película de Roman Polanski, cuando las manos entumecidas del músico
tocan por su vida y, a la vez, demuestran que aún la cultura del
continente –Chopin– sobrevive entre una lata de pepinos y la gran brasa
que fue Varsovia.
Antes de aquello, ardió el Reichstag, después las antorchas por la
avenida Unter den Linden y la Isla de los Museos, también los libros y,
finalmente, las sinagogas. Las llamas y sus balas formaron parte
de una escenografía del terror que hoy la capital alemana recuerda con
un contundente mensaje: ‘recordar para que no vuelva a ocurrir’. Prueba de ello es el año temático, con el nombre de ‘La diversidad destruida 1933-1938-2013’, que culmina este fin de semana del 75 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, en la Puerta de Brandenburgo
- habrá visuales y un concierto –, como homenaje a más de doscientas
celebridades, entre artistas, filósofos, escritores, músicos,
científicos o políticos, que integraban el tejido (multi)cultural de la
ciudad por excelencia del conocimiento y la creación hace ochenta años.
Berlín era la tercera metrópolis del mundo y la de los dorados años 20,
pero también la de las convulsiones ideológicas y económicas que
acabaron por destrozar vidas y carreras de los doscientos, y mucho más.
Permanentemente,
hay en la capital rincones clave -cualquier visitante con cierta
sensibilidad que la pisa, al final, tiembla– de la marea cruel y
torturadora Nazi, hoy revisados apaciblemente por el arte: las
estanterías vacías de una blanca y subterránea ‘Biblioteca’, del artista
Micha Ullman; el célebre ‘laberinto’ de hormigón, de Peter Eisenman, en
honor a las víctimas del Holocausto; o la controvertida instalación en el barrio de la Bayerischer Platz, a cargo de Renata Stih y Frieder Schnock.
El proyecto conmemorativo añade más de 500 eventos y una
exposición que, desde enero, alude a aquella destrucción intelectual,
con las fotografías y biografías de sus aterrados y valientes
protagonistas, en grandes columnas situadas por toda la ciudad y online. Son, desde Albert Einstein, a Walter Gropius, Marlene Dietrich, Fritz Lang, Wilder, Erich Mendelshon, Kurt Weill, Hannah Arendt o Bertolt Brecht,
aquellos que no se quedaron en el mundo amarronado de “una raza, un
pueblo, un líder”, en el que otros sí aprendieron rápido a brillar, como
Leni Riefensthal y Albert Speer, o a sacar provecho, tal y como esta semana ha trascendido, en el caso del marchante de arte Hildebrand Gurlitt.
Aquella veloz máquina
de propagación de la exclusión, el asesinato y el dolor, logró – tal y
como refleja el proyecto – llevar a algunos directamente al suicidio,
como fue el caso del pensador Walter Benjamin,
poniendo fin a todo en Portbou (España); el del abogado defensor de
socialistas y comunistas, que interrogó a Hitler en una causa en 1931,
Hans Litten, que terminó colgándose en Dachau; o el de la primera
directora de una biblioteca de Berlín, la dulce Helene Nathan.También
supuso un sinfín de carreras arruinadas, como en el caso del cineasta
Fritz Lang, del dramaturgo Max Reinhardt, del célebre sexólogo berlinés,
Magnus Hirschfield (quien acuñó el término ‘travestismo’), así como de
la primera mujer catedrática en Física, Lise Meitner (a la que se
prohibió, por judía, acceder al Premio Nobel) y de la célebre cantante
lesbiana de Cabaret, Claire Waldoff.
Brutalmente asesinados fueron la fundadora de la escuela Montessori,
Clara Grunwald; el actor Hans Otto; los medallistas olímpicos Flatow o
el boxeador gitano “Rukeli”. De los que enfermaron de inmediato y
murieron hay una extensa lista donde figuran el arquitecto Bruno Taut,
el trompetista de jazz “Eddie” Rosner, el tenor Richard Tauber o el
editor (y Premio Nobel de la Paz) Carl von Ossietzky.
La cantante Lotte Lehmann, en su interpretación de Fidelio, de Beethoven El artista Georg Grosz
La cantante de cabaret Claire Waldoff
El boxeador gitano Johann 'Rukeli' Trollmann
El artista Max Liebermann
La rueda de prensa del proyecto, a principios de año, fue
precisamente en la Casa Museo del pintor impresionista y judío Max
Liebermann, forzado en mayo de 1933 a dimitir como presidente de la
Academia de Bellas Artes de Prusia. El suyo es solo uno de los
cientos de ejemplos del brochazo negro nazi a la comunidad artística
alemana, que culminó con el propagandístico asunto del “arte
degenerado”. Bajo semejante principio también se saqueó y
destruyó el estudio de George Grosz, recién huido a los Estados Unidos, y
se atosigó hasta su fin a la pintora y escultora Käte Kollwitz, por
citar solo tres de los nombres más conocidos.
Mann vor der Mauer (Hombre ante muro), (1935-1936), de Rudolph G. Bunk. Colección Gerhard Schneider, Olpe
El homenaje de Berlín, en las citadas columnas y online, describe por igual la
persecución a demás figuras clave del panorama artístico berlinés, como
el pintor expresionista Fritz Ascher; las geniales fotógrafas Marianne
Breslauer e Yva; el influyente galerista Alfred Fleichtheim; el pintor,
finalmente asesinado en Auschwitz, Feliz Nussbaum; la bailarina y
escultora Oda Schotmüller; el dadaísta John Heartfield; la pintora
judía, y activista lesbiana, Gertrude Sandmann; la ilustradora Charlotte
Berend-Corinth; el caricaturista y miembro de la Bauhaus, Lyonel
Feininger; o el célebre crítico Paul Westheim, cuya importante colección
de arte moderno hoy seguimos sin saber dónde acabó.
Más interesante, si cabe, es cómo el proyecto conmemorativo,
en palabras del Jefe de Estado alemán, Joachim Gauck, “ha abierto una
increíble ventana a más artistas, víctimas del ‘arte degenerado’, aún
por explorar”. Como parte de las conmemoraciones, y
extendiéndose más allá de los citados 200, se organizó hasta el mes de
abril la exposición Verfemt, Verfolgt, Vergessen? -¿Expulsados, perseguidos, olvidados?-, de 133
obras de pintores que sufrieron bajo el III Reich todo tipo de penurias
y cuya recuperación se ha logrado gracias al empeño del coleccionista Gerhard Schneider.
La muestra sorprendía no solo a través de cuadros de Paul Klee o Max
Beckmann, sino también descubriendo a otros como Fritz Schulze, Carl
Rabus, Julius Graumann o Rudolph G. Bunk, defenestrados por igual y cuyo
reflejo del panorama de la época, incluida la guerra, es inevitable en
sus obras.
Hoy, cuando Le Pen o Amanecer Dorado abogan por la nostalgia fascista
en una Europa incierta, viene bien atender a las declaraciones a EL
PAÍS del consejero de Cultura de Berlín, André Schmitz, sobre la
relevancia del proyecto: "es un gran regalo que Berlín sea hoy
de nuevo una metrópoli cosmopolita y tolerante, un lugar ideal para
artistas y personas creativas de todo el mundo. No hay que olvidar que
diversidad significa libertad, y, entre otras cosas, una cultura viva
del recuerdo. Así, queremos defender la lección aprendida de la era nazi
contra cualquier ataque de la derecha".
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