viernes, 22 de enero de 2010

Universidad de Sevilla

Hoy vuelve a darme por pensar.


Parece que la PEHSI (Productora de Estupideces Hispánicas Sociedad Ilimitada) no tiene problemas de trabajo. Sí digo bien, estupideces hispánicas, porque ya no tiene mucho sentido andarse con más eufemismos y circunloquios tal y como está quedando el pastel. Más de cuatro millones de parados y a estos que no les echan ni a gorrazos.

Una de los más sonados cantos a la mediocridad, aunque seguro que no el último, la rubrican los ilustrados gestores de la Universidad de Sevilla. Y no me hubiera puesto a las teclas, con todo lo que tengo que hacer, si la noticia hubiera salido de esos programas de bromas o de una viñeta sarcástica de el Roto, si hubiera sido intranscendente pero no, es tan real e hiriente como la crisis que no veía el tío Rodríguez, de tan encima que la tenía.

Tan sesudos señores, digo yo que abrumados ante el sufrimiento que emanaban sus estudiantes al ser sorprendidos copiando, han planteado una serie de cuidados paliativos de urgencia, de mimos de jardín de infancia para tales sucesos. Porque ante todo quieren evitarles agravios, cuidar los reblandecidos estados psicológicos de quien debe sacarse un titulo; nada de dolor ni frustraciones, nada de tribulaciones y menos de angustias, que aquello además de ser Andalucía (circunstancialmente), debe parecerlo: Ejercitemos pues el talante; borrón y copia nueva.

Hasta hace nada, copiar en un examen venía siendo desde antiguo uno de los últimos recursos, deshonesto en cualquier caso, al que recurrir para lograr mejores calificaciones. Era un juego trilero de mañas para no ser pillado, un riesgo al que se exponía el que lo tenía todo perdido o el vago, con la salvedad de que quien jugaba, sabía que se la jugaba, es decir, asumía las consecuencias de sus propios actos. Pero hombre, esto es de rancios y vetustos, eso ya no se estila. Ahora cuando se descubra a un alumno en las universidades modernas del progreso (pronto se contagiará a más lugares) con tales trampas, será advertido por el profesor, palmadita en la espalda incluida, quien dejará que el niño o la niña siga con la prueba hasta el final ¡Pelillos a la mar, chatos, no os apuréis; si queréis os traigo unas cervecitas ya que voy!

Si lo pienso comparativamente ¡qué insensibles han sido con nosotros suspendiéndonos sin más explicaciones durante tantos años, expulsándonos inmisericordemente de las aulas sin un derecho a réplica, hablando con nuestras familias, teniendo que repetir… qué intolerable discriminación hemos sufrido y además sin saberlo! ¡Menos mal que estos nuevos defensores de los derechos humanos van a abolir tan totalitarios comportamientos! Las próximas generaciones no estarán subyugadas finalmente al acoso profesoral, al indigno sometimiento; todo un logro, un adelanto inteligente para asegurarnos el futuro. Y mejor tarde que nunca, no vaya a ser que deprimida y abatida la tropa juvenil asuma responsabilidades, madure, se esfuerce, pierda sus blanduras narcisistas, acabe pensando y deje de vivir en estado permanente de fiesta, pero esto es ya irse muy lejos.

Con la misma facilidad con la que se expanden las bombas de racimo, los burrócratas yerman el terreno de la inteligencia social, esa que al menos en este país fue lúcida durante la transición. Las cosas entonces se plantearon con una cierta coherencia práctica, lo que propició una salida paulatina del ostracismo y la muerte. Pero aquella finura política ha evolucionado en tosquedad y torpeza, ha despreciado el valor del bien público, del trabajo bien hecho, de las responsabilidades individuales dando buen ejemplo de ello y germinando en múltiples arrogancias. Cada vez los puestos relevantes de la sociedad se copan de pueriles personajes, a tenor de las resoluciones judiciales, del estado de la economía, de la sanidad, de la educación, etc. Cada vez se erigen más trámites y ventanillas ralentizantes, papeles propagandísticos y cuestionarios que rellenar para encubrir las realidades, protocolos de actuación que diluyen la sensatez necesaria para la vida; vulgarizadores en toda regla como la que prometen en Sevilla.

Allí una comisión de docentes, docentas junto a colegos y colegas de los copiantes, estudiarán el caso y discutirán la credibilidad del alumno y por supuesto del profesor. Éste se verá presionado por el rector y sus otras obligaciones institucionales y como al final manda quien paga e interesa que paguen muchos, terminará concediendo una nota favorable con disculpas oficiales y evitando en muchos casos el paso por los tribunales ordinarios. Esto lo cogen los de Cádiz y preparan una chirigota de primer premio.

¿Por aquí desfila la reforma educativa con la que andan jugando? ¿Esto es equipararse a Europa con Bolonia? ¿Este es el país puntero que dice que está al nivel de Alemania? ¡Ay! que me da la risa. Ya no saben como inculcar más estulticia en la gente.

A la Universidad, cuna hipotética del conocimiento, de la formación exigente y profunda, que debería igualar por arriba y no por abajo, ya le vale todo. Se ha vendido a la trivialidad, ha rendido su prestigio a la populista zafiedad de un gran número de estudiantes que se jactan de jugar al mus, liarse porros y saber sujetar el mini aun en penosas condiciones. Quien tenía antes una carrera era un privilegiado, se le suponían talentos, capacidades intelectivas, saberes. Asumía para lograrlos una serie de esfuerzos y renuncias, una actitud hacia la vida. Pero esto parecen harinas de otros tiempos.

Estamos en la España del buen vivir, la tierra de los ilusos, “de los que ya si eso yo ya” que ha aprendido a vivir del cuento y a sentir que es alguien cuando sus futbolistas levantan una copa. Si miramos por ejemplo a los vecinos de ultramar, a esos que bien les sacamos defectos por imperialistas, capitalistas y unos cuantos más “istas”, expulsan directamente de la universidad a quien copia sin más dilaciones, porque entienden que quien desprecia el conocimiento y engaña no merece ninguna distinción meritoria; por algo será que nuestros científicos e investigadores, los literatos y pensadores, los artistas emigran a lugares como este, donde se les respeta, cuida y potencian sus aportaciones.

Supongo, para ir acabando, que en Sevilla estarán pensando en ampliar las instalaciones, porque seguro que se les van a poner las clases a reventar.

David Gamella

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