viernes, 8 de febrero de 2013

Lodazales políticos que no cesan

Vivimos inmersos en un sistema democrático representativo. 
Esto no quiere decir otra cosa que acordamos, papeleta en mano, que lo comunitario sea gestionado por un equipo de representantes cualificados. 
Esto implica dejar en sus manos la gestión de unos fondos públicos destinados a organizar y sustentar los servicios, también públicos, creados para la atención de los ciudadanos. 
De los votados por la mayoría se espera entre otras cuestiones, responsabilidad, honorabilidad, ética y profesionalidad, puesto que si son los encargados (supuestamente) competentes, podremos delegar y ocuparnos de nuestra vida, de nuestros planes (que no debían distanciarse mucho de los comunitarios).

Pero este panorama idílico ya se pervierte cuando acercándose las elecciones, quienes se ofrecen como servidores públicos salen de sus despachos a pisar la calle. Canta a distancia las maneras impostadas para aparentar "llanismo". Debe ser tan grande el schok por los olores de la gente, la ausencia de ciertas marcas, la presencia de los cuerpos trabajados, que eso serviría para explicar la verborrea, las risas, los abrazos tan desmesurados. Se jactan de ser servidores de la ciudadanía con vocación por el bien común, servidores a ultranza de lo público y destinados a velar por los intereses de todos. Siempre me pregunto a estas alturas de la película, ¿cómo puede haber gente todavía acudiendo a los mítines, moviendo la banderita y dejándose la piel de las manos con sus embravecidos aplausos? 
Tanto las sonrisas, como los saludos, tanto las palabras como las intenciones son de cartón fallero, es decir, nada resistentes al fuego.

Tras las fogatas electorales, los champanes y los "botes del presidente", sorprende que APROPIARSE del cargo vaya aparejado a una consensuada y NECESARIA subida de los honorarios de la plana mayor, así como la inmediata RECOLOCACIÓN de amigos, amiguetes, familiares y allegados; ya sabemos las bondades de trabajar en un entorno favorable, acogedor o incluso doméstico. De aquellas babas del marketing electoral, estas prebendas.
Nuestra democracia ha decidido ser tolerante con estas prácticas iniciales, aunque no se porqué. Las ha entendido como un inofensivo mal menor que apenas interfería en el desarrollo de la marcha de las cosas comunes y que al menos daba pie para animar la barra de los bares (sesión de psicoanálisis comunitario preferido por una buena parte de españoles) porque de algo habrá que hablar a parte de fútbol.


Lo malo de empezar a consentir actitudes poco decentes, es que nos lleva a consentirlo todo y hacer natural la pose de mirar para otro lado. Finalmente este desvío de la mirada ha degenerado en estrabismo congénito y el trapicheo en un par añadido a nuestro código genético, porque sin duda hay que tener un par para tragar lo que tragamos.

Preferimos la dejadez a la exigencia y la observación de las normas que nos protegen a todos, porque respetarlas implica trabajo, seriedad y respeto, algo de lo que socialmente carecemos. Hemos preferido dejar hacer mientras podamos ir haciendo lo que podamos en nuestros terruños. 
Sólo así se explican los votos y revotos a manifiestos delincuentes de lo público, aunque luego recurramos a la queja, como si ese voto no nos hiciera responsables de los actos impropios de los cargos descarriados. Están ahí porque los hemos puesto y repuesto (amén de leyes electorales desniveladas para favorecer la permanencia de los de siempre).

Y con éstos mimbres cocinamos y hemos dejado cocinar un sistema colmado de ingredientes contaminados. Los pesticidas parlamentarios, aderezados con mucho cinismo razonado durante los últimos treinta años, son un sabor dominante compartido con los tribunales, los periodistas, los banqueros y los empresarios afines. El menú lejos de hacerse comestible, iguala las procelosas fangosidades del chapapote, y por más que se maquille, regala hedor allá donde se sirva.
El poder, cuando se alimenta de la nausea, se ejerce con la insultante desmesura de una mafia y la torpeza de unos cuatreros aplicados en desmontar las instituciones públicas como si fueran de su propiedad. 

En estos días observamos no sin perplejidad las irreparables consecuencias de tantos años de malversaciones amparadas por las ventajas parlamentarias. El esfuerzo que se les suponía, en vez de ser dedicado a velar por esos intereses comunes que antes refería, por mejorar la investigación, el tejido productivo, la educación, las energías alternativas, la innovación en suma en todos los sectores, se ha destinado a robar como lo hace cualquier banda de aluniceros. En el resto del mundo el estupor no es menor. 

 
Sabemos de cuentas, sobres, favores, regalos y de comisiones que aclaran el insistente afán de hacer (con fondos públicos) hospitales privados, colegios privados, aeropuertos sin aviones, olimpiadas, institutos noos, carreras de formula 1, ERES, palaus, las cajas Bes y toda la reata de pozos negros y paraísos fecales en los que les encanta habitar a esta tropa ataviados con sus trajes, sus peinetas, sus banderas de patriotas, mientras una panda de abducidos  obreros, les mantienen AD ETERNUM el voto.

Podríamos esperar que este inmoral tren de vida (con comisiones) y su ilícito y delictivo afán de lucro, tengan un alto coste judicial para esta caterva de sicarios del terrorismo financiero, pero tristemente las leyes las hacen ellos y siempre habrá un epígrafe con el que taparse sus feos. ¿No se les nota la altanería en la cara? 
Ahora están apremiando los fogones para cocinar a fuego lento y con mucho estiércol ese otro pelotazo llamado EUROVEGAS. En unos años nos tiraremos de los pocos pelos que nos queden.

DG



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